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 La conversión como regreso al Padre

por Egberto Bermúdez

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día»

Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón» (Is 55,7). En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos (cf. Hb 10,36) para nuestra salvación y la de los demás (cf. 1 Tm 4,16). Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros (cf. 2 Co 5,14-15), y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos» (1 Co 15,28). (Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma del 2022)

La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua. Incluso en el «valle oscuro» del que habla el salmista (Sal 23,4), mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de manera ilusoria en nuestras propias fuerzas, Dios nos guarda y nos sostiene. (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma 2006)

“El Señor es compasivo y clemente,

paciente y misericordioso”.

No está siempre pleiteando

ni guarda rencor perpetuo.

No nos trata como merecen nuestros pecados

ni nos paga según nuestras culpas”. (Salmo 102, 8-10)

Cual la ternura de un padre para con sus hijos,

así de tierno es Dios para quienes le temen;

que él sabe de qué estamos plasmados,

se acuerda de que somos polvo. (Salmo 102, 13-14)

“Me levantaré e iré a mi Padre” (Lc 15, 18) de

La Parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32) .

El Señor que, en esta Cuaresma, pide que nos convirtamos no es un Dominador tiránico, ni un Juez rígido e implacable: es nuestro Padre. Nos habla de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestra falta de generosidad: pero es para librarnos de ellos, para prometernos su Amistad y su Amor. La conciencia de nuestra filiación divina da alegría a nuestra conversión: nos dice que estamos volviendo hacia la casa del Padre. […]

Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos.[…]

La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo.[…]

La liturgia de la Cuaresma cobra a veces acentos trágicos, consecuencia de la meditación de lo que significa para el hombre apartarse de Dios. Pero esta conclusión no es la última palabra. La última palabra la dice Dios, y es la palabra de su amor salvador y misericordioso y, por tanto, la palabra de nuestra filiación divina. Por eso os repito hoy con San Juan: ved qué amor hacia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos en efecto. Hijos de Dios, hermanos del Verbo hecho carne, de Aquel de quien fue dicho: en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Hijos de la luz, hermanos de la luz: eso somos. Portadores de la única llama capaz de encender los corazones hechos de carne. (San Josemaría, La conversión de los Hijos de Dios en Es Cristo que pasa)

La buena noticia que anuncia la Cruz consiste en que el Hijo ha asumido hasta el fondo nuestro ser mortal, nuestras debilidades y angustias y que el resultado ha sido que ahora nosotros somos hijos en el Hijo, que tenemos un Padre en los cielos que no deja nunca de amar con ternura fiel a sus hijos que están en el camino hacia Él.

El descubrimiento práctico de Dios como Padre se da pues, para nosotros en Jesucristo: sólo Él no los revela en plenitud. Este descubrimiento nos lleva a pensar en Dios y a experimentarlo no sólo como al altísimo Dueño y Señor, sino también como el que acoge, el Benévolo que está atento a cada uno de mis pasos, el Accesible, el Providente y lleno de perdón. El vocablo Padre no disminuye, de hecho, el sentido de los demás nombres de Dios y Señor con todo lo que éstos significan de poder creador, de raíz primera y fin último de todo; antes bien, le da a estos atributos la connotación de benevolencia, solicitud, perdón, perseverancia en el amor, etc.

Somos, pues, “hijos en el Hijo”, por eso podemos dirigirnos a Dios como a nuestro Padre: “Cuando oren digan: Padre (Lc 11, 2) . (Carlo María Martini, El regreso al Padre de todos)

Preguntas para la revisión de la vida personal y comunitaria y como preparación para el Sacramento de la Reconciliación (La mayoría sacadas del libro del cardenal Carlo María Martini, El regreso al Padre de todos)

  1. Sobre la imagen de Dios

_¿Qué imagen tengo de Dios Padre? ¿Es el Dios de Jesucristo? ¿Me abandono totalmente a Él, poniendo en sus manos mis angustias y mis miedos (como Jesús en la Cruz)?

_¿Qué rostro de Dios manejamos en nuestra catequesis y predicación? ¿Es el Dios Padre de Jesús?

_ El signo de que experimentamos o no a Dios como Padre tuyo y de todos, puede verificarse. Por ejemplo: ¿Sientes la necesidad de dar gracias por todo lo que te sucede? ¿Puedes controlar la angustia o el afán en lo que te afecta sin, por ello, perder el contacto con la realidad? ¿Eres capaz de soportar una injusticia sin estar lamentándote constantemente sin justificaciones ni actitudes de víctima? ¿Puedes decir: “me abandono a la fidelidad de Dios ahora y siempre” (Salmo 52,10)…? ¿Eres capaz de perdonar a los demás, a tus enemigos, etc.? ¿Te examinas a la luz de los Diez Mandamientos y de las Bienaventuranzas y de lo que te manda la Iglesia?

  • En relación al secularismo actual

__ ¿Soy un creyente superficial o reflexivo? ¿Cómo escucho al incrédulo que está en mí y que está a mi alrededor? ¿Respeto el proceso de búsqueda del que no cree? ¿Aliento esa búsqueda con mi testimonio y con mi humildad de corazón y mi mansedumbre?

  • Relación con los que creen en Dios

__ ¿Qué acogida doy/ damos a los creyentes de otras religiones? ¿Existe el diálogo? ¿Hay colaboración en temas que se relacionan con el bien común: como la justicia, la paz, el medio ambiente, la defensa de toda vida humana, etc?

  • Con los pobres

__¿Cómo vivo/vivimos la hermandad que brota del reconocimiento de que somos hijos del único Padre? ¿Particularmente, de qué manera acogemos a los más pobres y qué hacemos para solidarizarnos con ellos? ¿Qué sensibilidad tengo/tenemos en la comunidad para con los pobres de la tierra, especialmente los que viven en situaciones de dependencia, violencia y hambre?

  • Verificación sobre la misión

–¿Hago mi trabajo bien y se lo ofrezco a Dios? ¿Santifico mi trabajo, me santifico a través de mi trabajo y santifico a los demás por medio de él? ¿Cómo transmito, con palabras y sobre todo con la vida misma, mi fe en Dios Padre, en mi hogar, en mi familia, con mis amigos, en mi trabajo, en mi comunidad? ¿De qué forma se da esto en nuestra comunidad o parroquia? ¿Puedo decirle a quién no conoce al Dios de Jesús: Ven y lo verás?

¿De qué manera respaldamos la misión que se lleva a cabo en los pueblos que todavía no conocen al Dios de Jesucristo?

Pídeles a Dios y a la Virgen que te asistan en tu conversión, reza el Padre Nuestro, el Ave María y repite:

Crea en mí, Dios, un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes lejos de tu rostro

ni me quites tu Santo Espíritu;

devuélveme el gozo de la salvación,

afiánzame con espíritu generoso. (Del Salmo 50)

Que Dios te conceda la alegría del hijo Pródigo que regresa a la casa del Padre. No te impacientes, recuerda que tu Dios es “rico en misericordia” como se lo reveló Cristo resucitado a sus discípulos: “recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados y a quienes los retengáis les serán retenidos” (Jn 20, 19-23). Este es el Hijo de Dios que en su resurrección ha experimentado de manera radical en sí mismo la misericordia, es decir, el amor del Padre que es más fuerte que la muerte. (Juan Pablo II, Dives in Misericordia)


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