Portada » Porque con el Rosario hasta el cielo no paramos

Porque con el Rosario hasta el cielo no paramos

por Editor mdc
WebFB Hasta el cielo no paramos

Cada Ave María es una rosa que se une a otra hasta convertirse en una corona de flores.

Pasado el mes del Rosario y a pocos días de comenzar el Adviento nos adentramos de la mano de Nuestra Madre en los misterios del Santo Rosario, que vienen a colmar de luz nuestra vida (CIC 2675). Después de este tiempo de intensa oración y en preparación para lo que se viene, tengo en mi interior la necesidad de meditar sobre este instrumento que María nos regaló para encomendarnos a ella. Acompáñame, naveguemos mar adentro aferrados a esta maravillosa oración que tanto le gusta a nuestra Madre (CIC 2676).


Si nos remontamos a los inicios de esta forma de rezar, fue la propia Virgen la que se la enseñó en una aparición a Santo Domingo (CIC 2677). Cada Ave María es una rosa que se une a otra hasta convertirse en una corona de flores. Además, al rezar el Rosario en comunidad, no sólo intercedemos unos por otros sino que, como dijo Nuestro Señor: «Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).


Ahora bien, ¿cómo son nuestros Rosarios? Nunca te olvides que en la oración interviene todo nuestro ser, lo que decimos con nuestros labios además debe ser dicho con el corazón (Lc 2,19). Nuestro cuerpo también ora mientras vamos contando pepita por pepita hasta terminar el misterio, y así continuamos (Lc 2,10-15).


No obstante, no nos resulta fácil orar. Muchas veces parece que apretáramos el acelerador para rezar a las corridas… será que va tan rápido la vida. La mayoría de nosotros tenemos tantas tareas pendientes que nos cuesta hacernos tiempo para orar (Mt 6,5-8). “Quiero rezar antes de tal reunión”, “aprovecho mientras no está mi hijo”, “mañana quizás tendré un momento disponible”, son frases que con frecuencia vienen a nuestra mente.

A pesar de las situaciones que nos alejan de Dios, pidamos a nuestra Madre que nos enseñe a meditar las palabras que le ofrecemos (CIC 2674). Asimismo, que cuando en la oración nos distraigamos con pensamientos y estímulos a nuestro alrededor, mansamente seamos conscientes de nuestra distracción y volvamos a entregarnos en el misterio que estamos rezando (CIC 2664).


A través del Rosario, desarrollamos un estrecho vínculo con María, como Madre de Dios y Madre nuestra. Nadie mejor que la madre conoce al hijo y, por eso, ella nos conduce a Cristo (CIC 2679). Se trata de una oración tan simple, de repetición y contemplación. El repetir hace que penetren las palabras en la mente y en el corazón. A su vez, en cada misterio estamos invitados a contemplar la vida de Jesús desde su nacimiento hasta la muerte y Resurrección (CIC 2682). Por ejemplo, cuando en el primer misterio gozoso recordamos la visitación del Ángel a María (Lc 1,26-38), podemos transportarnos hasta ese momento especial imaginando cómo habrá reaccionado nuestra Madre, cómo habrá sido el contexto. Incluso, podemos meditar el Rosario con las Sagradas Escrituras, ya que es completamente bíblico (Ap 12,1-5).

A este modo de rezar se le atribuye la victoria de muchas batallas. La Virgen se siente tan halagada cuando oramos de esta forma que en apariciones como Fátima y Lourdes se la ha visto con el Rosario en la mano. Por eso, hermanos, aférrense al Rosario (Mt 6,9-13).


Si son tus primeros pasos en la fe, no tengas miedo. Éste es un verdadero tesoro para ir conociendo más la obra del Señor y descubriendo qué es lo que espera de nosotros (II Co 1, 20-21). Rezar el Rosario es contemplar el rostro de Cristo siguiendo los pasos de María. Ella es nuestra Madre, maestra y guía que nos conduce hacia Jesús e intercede por las necesidades de cada uno, tal como lo hizo en las bodas de Caná (Jn 2, 3-10).

A través del Rosario, la Santísima Virgen está presente con su Hijo Jesús, mirándonos con amor y paciencia (Lc 1,47-55).


Para finalizar, quisiera recordar las palabras de san Juan Pablo II en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae:

«Que este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato
Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes.
Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo»

Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos (Mt 7, 6-12).

Por eso, con el Rosario, hasta el cielo no paramos.

Autor: Una voluntaria que hasta el cielo no quiere parar.
*(CIC) Catecismo de la Iglesia Católica
https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html

Artículos relacionados

1 comentario

mimatematicaalmafuerte noviembre 25, 2022 - 1:35 pm

Amén.

Reply

Deja un comentario