Patrono de los niños y jóvenes
San Alberto Hurtado es uno de los personajes más apasionantes de la iglesia contemporánea en Chile. Su profunda fe, su personalidad envolvente y atractiva, su capacidad de captar el cambio ideológico y cultural del tiempo que le tocó vivir y la vehemencia con la que desempeñó un sinnúmero de ocupaciones a lo largo de su corta vida, hacen de él una figura con un signo claro de la nueva evangelización.
Luis Alberto Miguel Hurtado Cruchaga nació en Viña del Mar, Chile, en el seno de una familia con serias dificultades económicas. Cuando tenía cuatro años, su padre murió, quedando Alberto y su hermano menor al cuidado de la madre, se trasladaron a Santiago de Chile, a casa de unos parientes.
Estudió en el colegio de San Ignacio. Alberto era menor en edad e intelectualmente no superior a otros, pero tenía un ascendente moral inmenso entre sus compañeros, ya que veían en él una piedad sincera y un carácter espontáneo y comunicativo. Infundía respeto y admiración, y muchos no dudaban que podría llegar a ser sacerdote. ¿Cuál fue la verdadera escuela de Alberto Hurtado? La educación de su madre Ana Cruchaga, en disciplina y cierta dureza y, al mismo tiempo su ejemplo, pues la veía constantemente dedicada a realizar actividades en favor a los más necesitados, poniendo así en práctica lo que solía repetir muy a menudo a sus hijos: “Es bueno tener las manos juntas para rezar, pero es mejor abrirlas para dar”.
La decisión de ingresar al noviciado se fue postergando por varios motivos. Su madre necesitaba la ayuda de sus hijos y una serie de problemas económicos le impedían dar el paso con tranquilidad. Ingresó a la Universidad Católica, donde estudió derecho, al mismo tiempo prosiguió sus trabajos entre los obreros, tarea transmitida por su director espiritual, padre Fernando Vives, quien con idea clara y precisa le decía siempre: «Ayuda a los obreros, no basta protegerlos, es necesario darles el lugar que por su dignidad humana les corresponde en el mundo entero”.
Poco tiempo después ingresó como novicio en la Orden Jesuita, en Chillán. Después se marchó a Argentina, España y Bélgica (Universidad de Lovaina), para completar sus estudios y formación religiosa, en 1933 fue ordenado sacerdote.
En 1936 regresó a Chile como flamante doctor en psicología y pedagogía a dictar clases de religión en el que fuera su colegio durante la enseñanza primaria y secundaria: el San Ignacio. Iniciaba así una vida de intenso trabajo, en el cual la profesión docente sería uno de sus múltiples frentes de lucha. Sus alumnos advertían en él un profesor distinto a los demás, se sentían más comprendidos porque les daba mayor responsabilidad y confianza.
Hacia 1941, Alberto Hurtado fue nombrado Asesor Arquidiocesano de la Juventud Católica. Las especiales características de su personalidad hicieron en él un influyente modelo para los jóvenes de la época, a quienes dirigió diversas obras, entre las que cuentan: “Mensaje a los jóvenes e Influencia de los medios de comunicación en la juventud”. Fue fundador y primer director de la revista Mensaje, en su primer editorial escribió: «Nuestra revista ha sido bautizada “Mensaje”, aludiendo al mensaje que el hijo de Dios trajo del cielo a la tierra y cuyas resonancias nuestra revista desea propagar y aplicar a nuestra Patria Chilena, y a nuestros atormentados tiempos”.
Insistentemente, abogó por la sindicalización de los trabajadores como medio principal para mejorar su calidad de vida, de superar las desigualdades y de implantar un orden social cristiano. Con esta finalidad fundó la Asociación Sindical Chilena (ASICH), con el objeto de oponer resistencia a un ideario político que iba en contra de los valores defendidos por la iglesia. Formó dirigentes cristianos y organizó los servicios jurídicos y sociales para defender sus derechos.
Junto con los jóvenes y obreros, su causa se dirigió al extremo más duro de la pobreza: la indigencia. Él mismo repetía: «Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella es deber sagrado”. Hasta el día de hoy muchos lo recuerdan recorriendo las calles con su camioneta verde, recogiendo niños, jóvenes, adultos y ancianos indigentes. Fue esta labor la que dio origen al Hogar de Cristo, consistente en hospederías, hogares de niños y ancianos, que están en todo el país.
El Hogar de Cristo llegó a ser como él dijo: “Una obra del conjunto de chilenos con corazón generoso”. Él quiso a su obra de caridad evangélica, es decir universal, sin la menor excepción de personas e ideologías, en sus distintas secciones: guarderías infantiles; hogares para niños; centro de atención diurna para menores; trabajo con niños de la calle; comunidades terapeutas para jóvenes que han caído en la drogadicción o que se están rehabilitando después de haber estado en la cárcel; hogares para ancianos, hospederías para todos aquellos que no tienen donde dormir ni comer, etc. Sirviendo a través de todas ellas a las necesidades de los pobres, que el Hogar de Cristo busque cómo ayudarlos como se ayudaría al Maestro. Hoy la forma de cómo ha crecido su obra es un verdadero milagro. Este hogar es el que hace recordar su nombre y su acción, que constituye a juicio de muchos, un milagro patente debido a su intercesión.
Su temprana muerte en 1952, provocó la pesadumbre de muchos que hasta hoy recuerdan su vida y obra con cariño y devoción. De él se puede decir lo que canta la escritura: “Viviendo pocos años, cumplió muchos tiempos”.
El 16 de octubre de 1994 fue beatificado por el papa Juan Pablo II y el 23 de octubre de 2005 el papa Benedicto XVI canonizó al padre Alberto Hurtado, declarándolo santo de la iglesia católica.
En este día 18 de agosto pidamos la intercesión de San Alberto Hurtado para que nos ayude a amar más a nuestro prójimo, sentir en nosotros su dolor humano y procurar solucionarlo, porque Cristo es nuestro prójimo que se presenta en tal o cual forma: enfermos, jóvenes y adultos en indigencia, encarcelados, tristes, angustiados. Porque hasta el cielo no paramos.
Fuente: Biografíasyvida.com Biografía escrita por el padre Renato Poblete vatican.va