Mártires de la Iglesia
Hoy se celebra en una misma memoria a los Santos Cornelio y Cipriano, pese a que no fueron martirizados el mismo día ni en el mismo lugar. La razón es sin duda la sintonía espiritual que hubo entre ambos en vida y que se manifestó en su correspondencia y en el afecto que se demostraron.
Cipriano le escribió a Cornelio: «En caso de que Dios le haga a uno de nosotros la gracia de morir pronto, que nuestra amistad continúe junto al Señor”. De esa amistad, que continúa en el cielo, se hace eco la liturgia romana al celebrarlos juntos en una sola memoria.
San Cornelio había sido elegido Papa en el año 251, después de un largo período de sede vacante, a causa de la terrible persecución de Decio. Su elección no fue aceptada por Novaciano, que acusaba al Papa de ser un libelático.
Cipriano, el obispo de Cartago, que padecería también en su sede la existencia de grupos disidentes, no tardó en apoyar a Cornelio y escribirse con él, sintonizando ambos en sentimientos, y elogiando la persona del Papa con elogios tan sinceros como fuertes. Ponderaba en Cornelio la humildad, la clemencia, la modestia, la continencia, el excelente gobierno, la energía y seguridad de espíritu.
Cornelio se vio precisado de realizar un sínodo de obispos en Roma, en el otoño del año 251 y en este sínodo se examinó la pretensión episcopal de Novaciano y sus alegatos doctrinales. El sínodo determinó la legitimidad de Cornelio y condenó la tesis de Novaciano, señalando el poder de la iglesia para reconciliar a los pecadores arrepentidos.
En el año 252 las persecuciones contra los cristianos se reiniciaron y Cornelio fue desterrado a Civitavechia por el emperador Galo, quien al parecer lo acusó de ofender a los dioses romanos y provocar con ello una epidemia en Roma, fue posteriormente encarcelado y falleció tras sufrir martirio en junio de 253.
De la vida de San Cornelio podemos sacar una enseñanza: que hay que estar dispuestos a sellar la fe con el testimonio de la sangre, pero a la vez, hay que tener compresión con los débiles, con los que reniegan de su conducta de la fe o con los que no han recibido de Dios esa luz que ilumina a toda persona que viene a este mundo.
San Cipriano fue el Santo más importante del África y él más brillante de los obispos en este continente, antes de San Agustín. Había nacido en el año 200 en Cartago (norte de África). Se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia privilegiada, una gran habilidad para hablar en público, con su simpatía conseguía un impresionante ascendente sobre los demás. Llegado a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo, se hizo bautizar y una vez bautizado hizo juramento de permanecer casto, y de no contraer matrimonio. A la gente le causó admiración ese juramento o voto porque esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.
Desde su conversión San Cipriano descubrió que la Santa Biblia contiene tesoros maravillosos, buenas enseñanzas. Se dedicó a estudiar este Santo Libro y a leer los comentarios que los antiguos Santos habían escrito sobre la Sagrada Escritura. Renunció a sus literatos mundanos y ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan bello, que hasta ahora no ha superado otro autor.
Fue ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo y los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo obispo de la ciudad.
En el año 251 el emperador Decio decreta persecución contra los cristianos. Le interesaba acabar con los obispos y destruir los libros sagrados. Invita a los que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante sus dioses y con eso quedan perdonados, muchas personas con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida, queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos y reniegan de la santa religión.
Cipriano huye y se esconde, pero no deja de conducir a su iglesia, enviándole frecuentes cartas a los creyentes, exhortándoles a no abandonar la religión. Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso a que permitieran regresar a la iglesia a los que habían renegado de la religión sin exigirles penitencia, esta práctica era para bien del penitente ya que profundizaba su arrepentimiento y fortalecía su propósito de mantenerse fiel en futuras pruebas. Esto ayudó mucho a fortalecer la fe, ya que pronto comenzaron de nuevo las persecuciones.
En el año 252, Cartago sufre la peste de tifo y mueren centenares de cristianos. Cipriano organiza la ayuda para los sobrevivientes. Vende todas sus posesiones y pronuncia uno de los sermones más bellos que se han compuesto en la iglesia acerca de la limosna.
En el año 257 el emperador Valeriano decreta una persecución aún más intensa contra los cristianos. Todo creyente que asistiera a misa corre peligro de destierro. Los obispos y sacerdotes tienen pena de muerte por celebrar una ceremonia religiosa. Ese mismo año decretan el destierro de Cipriano, pero sigue celebrando misa, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.
Al llegar al lugar donde lo iban a matar, Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarlas como reliquias. El Santo obispo se vendó el mismo los ojos y se arrodilló para que le cortaran la cabeza. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión el cuerpo glorioso del mártir para darle honrosa sepultura.
Pidamos hoy a San Cornelio y a San Cipriano que por su intercesión podamos ser fortalecidos en la fe y en la constancia, y trabajar por la unidad de la iglesia. Porque hasta el cielo no paramos.