Obispo de Rávena y doctor de la Iglesia
Nuestro santo nació en la ciudad italiana de Imola y, desde muy joven, fue formado por Cornelio, quien era el obispo local y de quien recibió el diaconado. Junto a él, no sólo estudió las ciencias sagradas, sino que también aprendió el valor del dominio de las propias pasiones para crecer en virtudes.
Pedro llegó a ser digno de la confianza del emperador Valentiniano y de su madre, Plácida, quienes lo contaban entre sus amigos y lo recomendaron para que, en el año 433, el Santo Padre lo designe obispo de Rávena, ciudad donde ellos residían.
Para ese entonces, la mayoría de los habitantes de Rávena eran paganos, pero Pedro trabajó incansablemente por su conversión. El santo se desempeñó con gran caridad y atendió a su pueblo con mucho cuidado, sin hacer distinción de clases. Se destacaba por el don de la escucha y su magnífica prédica, que estaba impregnada de una gran claridad doctrinal. Tantos fueron sus esfuerzos que, con la gracia de Dios, al momento de su partida a la casa del Padre, el número de creyentes en la ciudad había aumentado considerablemente respecto de los paganos.
El santo fue uno de los más prestigiosos oradores de la Iglesia Católica. Sus sermones eran famosos y gustaban a mucha gente. Su carisma para predicar la palabra de Dios le hizo ganar el apodo de Crisólogo, que significa hombre de palabras que son como el oro.
Pedro se caracterizaba por utilizar un lenguaje sencillo y práctico. Sus temas más frecuentes eran el Evangelio, las citas de los santos, las virtudes cristianas y el valor de la comunión frecuente. Sus homilías eran muy expresivas y concisas, puesto que procuraba no cansar a sus oyentes y, aunque no contaba con una gran elocuencia para hablar, a través de sus palabras el Espíritu Santo se derramaba en los corazones de quienes lo escuchaban.
Pedro sabía comunicar las verdades de la fe con mucha claridad. Su prédica era tan entusiasta que, con frecuencia, solía emocionarse al mismo tiempo que hacía emocionar a toda la audiencia. Eran tantos los que se reunían a escucharlo que, durante los meses de verano dejaba de predicar para evitar que las personas de desvanezcan debido a la aglomeración.
Según una antigua tradición, cuando Pedro tuvo una visión sobre su muerte cercana, decidió volver a su ciudad natal, donde murió en el año 450. Su profunda sabiduría para transmitir en pocas palabras, dotadas de sencillez y claridad, las doctrinas más importantes de la fe católica hizo que, en 1729, Pedro fuera declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Benedicto XIII.
En el día de su fiesta, le rogamos a San Pedro Crisólogo que interceda ante Dios para que suscite en nuestra Iglesia muchos y santos predicadores que sepan transmitir como él las verdades de la fe, porque hasta el Cielo no paramos.