Hoy, 27 de enero, la Iglesia celebra a Santa Ángela de Merici, virgen, fundadora de la Orden de las Ursulinas.
Ángela nació el 21 de marzo entre los años 1470 y 1474 en la ciudad italiana de Desenzano, a orillas del Lago de Garda, en Lombardía. Su familia era de tradición católica y Giovanni, su padre, acostumbraba por las noches narrarle a ella y a sus hermanos las vidas de los santos. Cuando Ángela aún era una niña, los tres hermanos quedaron huérfanos y un tío adinerado los alojó con él en Saló y se ocupó de su crianza.
La vida de la santa fue atravesada por muchas dificultades y pérdidas. A la edad de 13 años, la hermana mayor sufrió una muerte repentina y Ángela se llenó de angustia, no sólo por haber perdido a quien consideraba una segunda madre, sino también por saber que había muerto sin recibir los últimos sacramentos, aunque había vivido como una mujer piadosa. Fue en este tiempo que Ángela tuvo la primera de sus numerosas experiencias místicas en la que vio a la Virgen María junto a su hermana, obteniendo así la confirmación de su salvación.
Por entonces, Ángela, que había comenzado a vivir de manera penitente y austera, llena de agradecimiento por aquella visión sobre su hermana, se consagró aún más al servicio de Dios tomando el hábito de terciaria franciscana. Viviendo con el modelo de San Francisco, y a imitación de Cristo que no tenía dónde recostar su cabeza, la joven se negaba a poseer bienes y se alimentaba con pequeñas porciones de pan o vegetales y agua.
Cuando la joven tenía alrededor de 20 años, su tío falleció y decidió regresar a Desenzano, su pueblo natal. Estando allí, en contacto con sus vecinos, Ángela se dio cuenta que los niños no recibían ningún tipo de educación y que tampoco eran formados en el catecismo. Fue entonces que la santa decidió convocar a algunas de sus amigas, entre las cuales había algunas hermanas terciarias franciscanas, para remediar esta situación. La obra, que comenzó de manera humilde y austera, pasado poco tiempo, y gracias a la entrega generosa de todas las voluntarias, comenzó a crecer y a reunir a muchas jovencitas que acudían a ellas para recibir educación.
Cuando se expandió la noticia sobre la noble labor que Ángela encabezaba, un matrimonio adinerado le ofreció fundar una escuela en Brescia. Habiendo aceptado la invitación, la santa se alojó en su casa. Durante su estadía en Brescia, Ángela tuvo la oportunidad de conocer a las familias más influyentes de la zona, a las cuales comenzó a acompañar espiritualmente, llegando a formar un gran círculo de hombres y mujeres muy devotos. Allí, la santa era muy querida y admirada por su santidad, caridad y su don de profecía y solía dar el siguiente consejo: “Si alguna persona, por su estado de vida, no puede vivir sin riquezas y posición, que al menos mantenga su corazón vacío del amor a estas”.
Ángela acostumbraba realizar peregrinaciones a diferentes santuarios de forma periódica. En una oportunidad, fue invitada a acompañar a una conocida a Tierra Santa y, al llegar a Creta, la santa perdió la vista repentinamente. Sin embargo, su ceguera no le impidió continuar el recorrido con gran devoción. Luego, durante el viaje de vuelta, recuperó la vista cuando se encontraba rezando en el mismo lugar donde la había perdido.
Durante el Jubileo 1525, Ángela viajó a Roma para obtener la indulgencia del Año Santo. Allí tuvo la oportunidad de compartir una audiencia privada con el Papa Clemente VII, quien le ofreció quedarse para dirigir un grupo de religiosas que trabajaban como enfermeras, pero la santa no aceptó debido a que esta no era su verdadera vocación. Al regresar a Brescia, las tropas de Carlos V amenazaban con tomar el lugar, entonces Ángela y algunas de sus compañeras se trasladaron a Cremona, donde permanecieron hasta que se firmó la paz.
Algunos años antes, cuando la santa se encontraba en su tierra natal, tuvo una experiencia mística en la que vio a un grupo de doncellas que ascendían al cielo por una escalera de luz mientras que una voz le decía: “Ten buen ánimo, Ángela, porque antes de morir vas a fundar una compañía de doncellas como las que acabas de ver”. Así, alrededor del año 1533, la santa comenzó a formar un noviciado informal con un grupo de jóvenes. Mientras que muchas de ellas continuaban en sus hogares, un grupo de 12 jovencitas comenzaron a vivir con Ángela en una casa cercana a la Iglesia de Santa Afra, en Brescia. Ángela puso el noviciado bajo la protección de Santa Úrsula, venerada popularmente como guía del sexo femenino y patrona de las universidades medievales, puesto que, según relata una antigua tradición, la santa tuvo una visión en la que esta se le aparecía.
El 25 de noviembre de 1535, veintiocho jóvenes se consagraron a Dios, poniendo sus vidas al servicio de la educación de las niñas, quedando fundada de manera oficial la Compañía de Santa Úrsula. Esta fue la primera orden de enseñanza formada por mujeres, sin embargo, en los tiempos de su fundadora, se la consideraba como una asociación piadosa debido a que sus miembros no hacían votos, no vivían en comunidad y no vestían hábito. Durante los primeros años de la Compañía, Ángela fue elegida su superiora y las Ursulinas re reunían para la enseñanza y la oración, mientras procuraban llevar una vida en santidad en sus hogares de origen.
En enero de 1940, Ángela enfermó y el día 27 partió a la Casa del Padre rodeada de sus hermanas. En el momento de su muerte, un rayo de luz brilló sobre la santa y la última palabra que salió de boca fue “Jesús”. Ángela vivió una vida sobria y contemplativa y logró desarrollar un papel transformador durante una época en la que las mujeres no eran lo suficientemente valoradas. Las Ursulinas fueron reconocidas de manera formal por el Papa Pablo III en el año 1944 y en 1565 se organizaron como Congregación.
En el día que la celebramos, le rogamos a santa Ángela de Merici que interceda ante Dios para que todos los niños gocen del derecho a la educación y sean formados en los valores cristianos, porque algo bueno está por venir.