Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Al finalizar el rezo de los 10 ‘Ave María’, rezamos el ‘Gloria’. Alabamos, adoramos y agradecemos a Cristo que es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, rezando los cinco misterios, nos encontramos continuamente ante el misterio de la Trinidad.
En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta y profunda –de Ave en Ave – por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Monte Tabor, anticipación de la contemplación futura: «¡qué bueno que estemos aquí!» (Lc 9, 33).
c.f. Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” sobre el Santo Rosario de San Juan Pablo II. 16 octubre del año 2002 – Nº 34