A veces tu cabeza te puede traicionar

Hay días en que tu cabeza te puede traicionar, en que la maraña de tus pensamientos perturbadores -del pasado, del presente o del futuro- se vuelve una red que te atrapa, te asfixia y te ahoga…

En esos días —si me lo permitís— creo que es necesario romper el cerco del pensamiento:

• «Saltando» en los brazos de Jesús y de María. Y de modo bien concreto: agarrá fuerte el Rosario, ponete agua bendita, arrodillate ante el Santísimo o besá una cruz. Y abrí el corazón.
• Poniéndote en movimiento: caminar, andar en bici o correr, o limpiar tu casa, o cortar el pasto, o… algo que te recuerde que no sos sólo pensamiento, que sos un espíritu encarnado y un cuerpo espiritualizado. Descalzate y pisá el suelo frío o el pasto suave, dejá que el sol te pegue en la cabeza y que el viento te dé en la cara, o zambullite en el agua… porque en la Creación hay siempre más cordura que en tu loca imaginación.
• Saliendo del «cerco» de tu yo y yendo al encuentro de los otros: visitá un amigo o un familiar, acercate a un enfermo que la esté pasando mal, encontrate con gente que hace mucho no ves, ponete a jugar con un niño o un bebé… o simplemente mirá a los ojos al que tenés siempre cerca. Sonreí, aunque no tengas ganas al principio, porque una sonrisa genera otra y aliviana el corazón.
• Desahogando tu pena y desenredando el hilo enloquecedor de tus ideas ante alguien que te pueda ayudar a ver más claro… pero también poniendo el oído, para darte cuenta que tu problema —real o imaginario— es sólo uno entre los millones de problemas del mundo.
• Recordando horas felices y simples —antiguas o recientes—. Tené la certeza de que, a la vuelta de la esquina, Dios tiene preparado algo parecido… y que si seguís «enredado» corrés el riesgo de no verlo.

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