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A propósito de las películas de terror y suspenso.

por alivadoguh
A proposito 1

Se aproxima la víspera de la fiesta de Todos los Tantos y, con ella, los disfraces de brujas, muertos, fantasmas y las películas de terror.

John Wick sabía que esa noche venían a por él. A golpe de maza sacó su arsenal escondido bajo la losa de cemento del sótano. Y llegaron los malos. Uno, dos, tres… doce tiros.

—¡Tiene que recargar! —gritó uno de mis alumnos.

En efecto, John Wick recargó. Nunca se me hubiera ocurrido contar los disparos de una película de acción, pero mi alumno adolescente lo hizo. Por vivir en una zona con un alto índice de delincuencia, sabía que al arma de John Wick sólo le caben 12 tiros. Quedé admirado con mi alumno, y también con el cuidado que tuvo la producción en ese detalle pequeño. “Las películas cuidan todo”, me dijo un amigo profesional de la materia. Pero ¿por qué no pasa lo mismo con las películas de terror, sobre todo en lo que atañe a la Iglesia, los exorcismos, etc.? Alguno quizás me dirá que las películas de terror son como las de fantasía: construyen su propio universo y se mueven dentro de él como les dé la gana. Siento que un buen director de cine de terror no opinaría lo mismo. Cada película va planteando un universo que sigue unas reglas. Si se rompen; el guion se viene abajo porque pierde credibilidad. 

Tengo un amigo que disfruta y ríe a carcajadas con algunos títulos del cine de terror. Es uno de los exorcistas de la diócesis. Ríe porque en la vida real, ni el diablo ni los exorcismos son así. En la vida real, la cosa es seria. No hay sacerdotes que escriban a Roma para resolver asuntos que de ordinario puedan arreglar con su obispo. Los exorcismos tampoco son una especie de protocolo engorroso, como si se tratara de apagar el reactor de Chernobyl (los que han vistos la serie “Chernobyl” de HBO sabrán a qué me refiero). 

Un ejemplo: El Orfanato (2007), del director J. A. Bayona. Todo va bien y estás que te mueres de miedo… hasta que aparece el Señor Barriga —quien vio el Chavo del Ocho lo recordará— con una explicación tan peregrina que se puede refutar con la ciencia que se aprende a los 11 años.

Otro ejemplo: El Conjuro (2013) del director James Wan. Habla de un matrimonio “caza demonios” y, para darle “credibilidad”, lo llama “demonólogo autorizado por la Santa Sede”. El mismo personaje, tan culto respecto al demonio, tiene —sin llave y en el sótano de su casa— una colección de objetos infestados por espíritus; y aún así, deja a su niña pequeña en casa en medio de aquel arsenal demoníaco cada vez que va en ayuda de alguien. 

La fuerza del argumento en una película de terror depende de lo terrorífico y del poder del mal que acecha a los protagonistas. Pero luego, en la mayoría de las cintas, ese gran poder viene resuelto por inofensivos “protocolos”, amuletos, contraconjuros, etc., cosa que no pasa ni en Star Wars; curiosamente, no se hace mención de la fuerza de la oración o los sacramentos, que es la que realmente vence los poderes del mal. ¿Por qué se da fuerza al maligno y sus infestaciones en objetos y personas, y no a las fuerzas reales de la Iglesia?

Se engancha con la trama de una película de terror en la medida en que uno puede identificarse con los protagonistas. Es el llamado “me podría pasar a mí”, que viraliza un vídeo. Pero, se olvida muchas veces hacer énfasis en que, cuando se lleva un estilo de vida descarriado, es cuando más se expone alguien a una posesión. ¿Dónde quedó, entonces, la profesionalidad de los guionistas del cine de terror? Incluso la compañía Marvel, con su extenso universo de superhéroes, busca asesoramiento en profesionales de la física y mecánica cuántica. 

Un amigo periodista me explicaba que muchas veces cuando hay una noticia escandalosa sobre la Iglesia, no son los verdaderos expertos los que se ponen a disposición de los medios para aclarar dudas. Los que de verdad saben están tan ocupados intentando “apagar incendios”, que descuidan atender a los que los causan. ¿No pasará lo mismo con el cine de terror? Quizás los que conocemos —por fortuna y gracia de Dios— los entresijos de la fe y la Iglesia tenemos que tomarnos más en serio a los productores del cine de fantasía. 

Al inicio, me referí a Halloween, en la víspera de la fiesta de Todos los Santos, para hablar del cine de terror. La palabra Halloween sigue causando escándalo en los oídos de muchos creyentes. Un colega de profesión, que trabaja en países de habla inglesa, posteaba hace unos años en su muro de Facebook una fotografía de un viejo ejemplar de la Litúrgica de la Horas en inglés, acompañado del título “Halloween, esa vieja tradición cristiana”. 

“Halloween es nuestro”, me recordaba otro amigo, tenemos que recuperarlo. La muerte, el demonio y el sano miedo ante lo sobrenatural, también. Si no eres creyente, y en concreto, cristiano, buena parte del universo que alimenta las películas de terror se viene abajo. ¿No habrá llegado el momento de retomar lo que nos pertenece? A lo mejor el cine de terror nos puede ayudar a reflexionar una vez más sobre las verdades de la fe cristiana respecto a la muerte, la otra vida, los ángeles caídos, y tantas cosas más que nos alientan a descubrir el poder de Dios y su misericordia.


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