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Cervantes: escritor alegre

por Egberto Bermúdez

Lee o escucha primero el Prólogo de Los Trabajos de Persiles y Sigismunda de Miguel de Cervantes, luego lee o escucha mi reflexión.

Sucedió, pues, lector amantísimo, que viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces, que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparras, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales; verdad es no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.

            Llegando a nosotros dijo:

–¿Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su Ilustrísima de Toledo y su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan, que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez?

            A lo cual respondió uno de mis compañeros:

–El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo que pasilargo.

Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y acudiendo a asirme de la mano izquierda dijo:

–¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y finalmente el regocijo de las musas!

Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser decortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije:

–Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho. Vuesa merced vuelva a cobrar su burra, y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos queda del camino.

Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento diciendo:

–Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna.

–Eso me han dicho muchos—respondí yo—, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado.

En esto llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia.

Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla.

Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos. Tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que se convenía. ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros contentos en la otra vida!

(He añadido la letra negrita para destacar ciertos lugares del texto)

La reflexión

Ya, en el Quijote, en el Prólogo, entre los consejos que le ofrece el amigo ficticio a Cervantes se encuentra el siguiente: “Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.” Es decir, el ejercer el oficio de escritor para servir al lector con entretenimiento honesto y alegre en que el sentido del humor actúe como expresión elocuente de compasión, solidaridad y empatía es una preocupación constante del escritor a través de toda su obra. En este prólogo, mediante la introducción del ficticio estudiante pardal, Cervantes se autodescribe a sí mismo como “escritor alegre, regocijo de las musas” y esto pocos días antes de morir: sabemos que el escritor murió el sábado 23* de abril de 1616 y no el domingo. Ciertamente, sorprende la lucidez de quien consciente de la cercanía de la muerte se enfrenta a ella con serenidad, con paciencia y hasta con una profunda alegría que sólo puede ser fruto de una fe, de una esperanza y de una caridad robustas, como bien lo expresan las palabras finales de este prólogo: “¡adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros contentos en la otra vida!”

*Aunque la fecha que figura en el Certificado de Defunción es 23 de abril de 1616, algunos cervantistas opinan que el escritor pudo haber muerto la noche del 22 de abril, este es el caso de Jean Canavaggio en su obra, Cervantes. Madrid: Espasa-Calpe, 1987.

 

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