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El señor Jesús nos invita al seguimiento

por Mons. Luis José Rueda Aparicio
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Un cordial saludo para todos ustedes. Se termina el mes de junio. Estamos en el último domingo de este mes y el señor viene a nuestra casa, viene a nuestra vida. Él nos invita a seguirlo, acojámoslo en su palabra en este domingo. 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 10, 37-42

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».

Palabra de Dios.

Transcripción de La Voz del Pastor del 28 de junio de 2020

El señor Jesús nos invita al seguimiento, un seguimiento con amor y por amor. Él no nos obliga,  él respeta nuestra libertad y nos está llamando, pero en el capítulo 10 que escuchamos hoy, de San Mateo, es un capítulo misionero que nos está ampliando el corazón para que nosotros aprendamos a amar, no solamente en lo reducido de nuestro ámbito de nuestros amigos del club, de aquellos que son muy cercanos, ni siquiera que nos reduzcamos al amor de nuestra propia familia.

Él nos está diciendo que vayamos a la fuente del amor, que es Él mismo. Seguirlo a Él es llenarnos del amor de Cristo para darlo, pero ampliarlo. Y en estos tiempos de pandemia, en estos tiempos de dificultad es necesario que el amor no se quede confinado, que el amor no se reduzca a un pequeño grupo selecto de los nuestros amigos. Ojalá pudiéramos ampliar el amor, ojalá pudiéramos ampliar el escenario de un cariño, de una ternura, de una cercanía, de una eternidad solidaria que se vuelve amiga del que está sufriendo y que no es de nuestra familia.

Por eso el señor Jesús dice el que ama más a su familia y a sus hijos, y a todos los de su parentela más que a mí no es digno de mí. Para ser dignos del amor de Jesús debemos ampliar nuestro corazón. Los discípulos en su tiempo también tuvieron una tentación, la tentación de amar solamente a los seguidores de Jesús, pero nosotros debemos ampliar nuestro escenario en el corazón, en la conciencia y en las actitudes llegar con el amor de Jesús, incluso al que no cree, incluso al que está desesperado, al que ha perdido toda la confianza.

En este tiempo nosotros estamos llamados a abrir las puertas de nuestro corazón, a acoger a muchos, a convertir el amor en obras de cercanía, de fraternidad y de misericordia, por eso el Señor dice que hay que amarlo a Él más que a la misma familia y cuando uno pone en primer lugar el amor de Jesús abre la puerta para que puedan entrar los vecinos, para que puedan entrar los de otros pueblos, los médicos, las enfermeras, aquellos que necesitan nuestro apoyo, aquellos que han perdido el empleo, los informales, incluso aquellos que de una manera osada salen a la calle sin los cuidados los amamos y amándolos nos ayudamos a cuidarse, nos ayudamos a encontrar el camino de Jesús; los enseñamos a salvarse.

Pero además el señor Jesús nos está diciendo que la vida nuestra tiene sentido cuando la damos y este es un tiempo para dar vida, y es tiempo para dar vida en nuestra familia. Pero también dar vida en los escenarios donde estamos viviendo. Nuestras parroquias son centros de irradiación de la vida, de la presencia y del amor de Jesús. Usted dirá, pero la parroquia está cerrada. Y no, la que está cerrada no es la parroquia, es el templo, el corazón del párroco, el corazón de las religiosas, el corazón de los catequistas, en ustedes laicos misioneros, en la parroquia es un corazón abierto al estilo de Jesús y el señor está diciendo además que aquel que dé un vaso de agua, que aquel que reciba a su enviado recibirá una paga de profeta y la paga de profeta es vida.

Como lo escuchamos en la primera lectura, el profeta termina ofreciéndole en el nombre de Dios una paga de profeta a una familia que lo acogió. Hoy estamos llamados a ser profetas de la vida, profetas del amor, profetas de la esperanza. Ampliemos nuestro corazón y ampliemos nuestro radio de acción en el amor. Que el Señor bendiga a su familia, familia misionera de la vida y del amor en Cristo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

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