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Vayamos a San José

por Elena Fernández Andrés
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El Señor es muy bueno y hace bastante tiempo me puso en el corazón adquirir un pequeño librito titulado “Id a José”, de la Abadía San José de Clairval, en Francia. He comenzado a orar con el librito y es una preciosidad, con textos (de santos, etc.), testimonios y oraciones. Voy a ir compartiendo hasta el 8 de diciembre algunos de ellos los miércoles (día consagrado a él en la Iglesia por el Papa León XIII, el 5 de Julio de 1883), pero hoy comienzo con el consejo que nos da Santa Teresa de Jesús.

La famosa santa del Carmelo cuenta, en la historia de su vida, el episodio de una enfermedad que iba a ponerla a prueba durante tres años. Veamos con qué palabras nos habla de San José.

«El extremo de flaqueza no se puede decir, que solo los huesos tenía ya. Digo que estar así me duró más de ocho meses; el estar tullida, aunque iba mejorando, casi tres años. Cuando comencé a andar a gatas, alababa a Dios. Todo lo que estuve tan mala me duró mucha guarda de mi conciencia, cuanto a pecados mortales. ¡Oh, válame Dios, que deseaba yo la salud para más servirle, y fue causa de todo mi daño! Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad, y cual me habían parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para que me sanasen, que todavía deseaba la salud, aunque con mucha alegría lo llevaba; y pensaba algunas veces, que si estando buena me había de condenar, que mejor estaba así; mas todavía pensaba que servía mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro engaño, no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene.

Comencé a hacer devociones a Misas, y cosas muy aprobadas de oraciones, que nunca fui amiga de otras devociones que hacen algunas personas, con ceremonias que yo no podía sufrir, y a ellas les hacían devoción, y tomé por abogado y señor al glorioso San José, y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó, con más bien que yo le sabía pedir.

No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo, tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra (que como tenía nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar), así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia: y aún hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.

Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía, más llena de vanidad que de espíritu, queriendo se hiciese muy curiosamente y bien, aunque con buen intento; mas esto tenía de malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era lleno de imperfecciones y con muchas faltas. Para el mal y curiosidad y vanidad, tenía gran maña y diligencia: el Señor me perdone.

Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme, ha algunos años, que cada año en su día le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena manera me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta, más de lo que quisiera; en otras, más larga que era menester. En fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Solo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no le den gracias a San José, por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro, y no errará en el camino.» (Santa Teresa, “Libro de su vida”, cap.6)

En su piedad filial, Santa Teresa de Jesús no cesará nunca de llamar a San José: “Señor y padre mío”.

Para más artículos como este: poverella.blogspot.com

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3 comentarios

Augusta enero 5, 2021 - 12:43 pm

Estimados:
Como o donde puedo conseguir en español, este libro » Id a José».
Vivo en Argentina. Gran Buenos Aires
Gracias

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Maria Julia Sanchez enero 5, 2021 - 3:44 pm

Gracias por regalarme este pedacito de relato de Santa Teresa y esta devocion a San Jose, hombre humilde y servicial. Gracias, gracias!!

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Elena Fernández Andrés enero 5, 2021 - 6:50 pm

Hola, Augusta. En la página web de la Abadía, cuyo enlace tienes en el artículo, puedes adquirir el libro (https://www.clairval.com/index.php/es/compras/). Lo que no sé es si lo mandarán a Argentina. Mejor escríbeles y pregunta. Entienden español.

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