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¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes!

por Mons. Luis José Rueda Aparicio
Juan 20, 19-31

“Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”

Evangelio según san Juan (20, 19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “¡Paz a ustedes!”.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.  Jesús repitió:

“¡Paz a ustedes.  Como el Padre me ha enviado, así también los envió yo!”.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

“Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se lo retengan, les quedan retenidos”.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.  Y los otros discípulos le decían: “¡Hemos visto al Señor!”.

Pero él les contestó:

“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a ustedes”.

Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”.

Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Jesús le dijo:

“¿Porque me has visto has creído? ¡Bienaventurados los que crean sin haber visto!”.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. 

Estos han sido escritos para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Palabra del Señor

Transcripción de La Voz del Pastor del 11 de abril de 2021

Estamos en el segundo domingo de Pascua, que es conocido también como domingo de la Divina Misericordia; las puertas están cerradas por miedo a los judíos y Jesús entra allí, está en medio de ellos, los saluda: “¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes”.

Es el envío de la misión misericordiosa, pero esa misericordia de Dios, primero debe ser recibida, los discípulos las reciben, rompen el miedo, triunfan sobre el miedo, abren las puertas para anunciarla; pero la reciben primero ellos, reciben esa paz que los libera de la esclavitud del miedo. Cuando nosotros somos capaces de contemplar la Divina Misericordia de Dios, cuando contemplamos sus heridas; su herida en las manos, en los pies y en el costado, sentimos que realmente aquello que se nos había dicho en el Evangelio de san Juan, es real; “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo, para que el mundo no se pierda, no se condene; sino, que se salve”

Es la misericordia de Dios, no la merecemos, pero la recibimos; hoy reciba usted en su familia la misericordia, haga de su hogar el lugar de la Misericordia Divina de Dios; pero que esa misericordia no se quede encerrada; abra la puerta de su casa para que se cumpla lo que dice el Señor: “La paz les dejo y así como el Padre me envió, los envío yo a ustedes”.  Usted y yo, toda su familia, la iglesia entera, es enviada a anunciar y a vivir la misericordia.

En el Catecismo de la Iglesia, hablamos de las obras de misericordia espirituales y de las obras de misericordia corporales o materiales; que bueno que nosotros seamos instrumentos de esa misericordia espiritual y corporal.  Muchas personas necesitan ser evangelizadas, necesitan un buen consejo, necesitan que se les enseñe, necesitan que se les tenga paciencia, para poder ellos encontrar el camino de Dios; pues cumpla las obras de misericordia espirituales; pero además, las obras de misericordia corporales, son un desafío. 

Hay muchas personas heridas, enfermas, migrantes, sin vivienda, habitando en la calle, muriendo de hambre y de sed; hay muchos que están privados de la libertad.  Qué bello poder ponernos en camino y realizar esas obras de misericordia que la humanidad necesita; ver al que está tendido en el camino como un hermano nuestro, como alguien que nos necesita, y usted dirá: ¡pero yo también soy pobre, yo también soy mísero, no tengo nada que dar!

Usted tiene mucho que dar, porque el Señor ha entrado a su casa, porque el Señor ha abierto las puertas, porque ha roto el cerrojo del miedo y lo ha enviado.  “Como el Padre me envió, así los envió yo”.  Y cuando llega a Tomás; Tomás puede adorar al Señor: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Adorémoslo a Él, dejémonos amar por su amor misericordioso y proyectémoslo, convirtámoslo en estilo de vida y en misión desde nuestro hogar.

Que el Señor nos bendiga en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.  Amén.

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