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La “lógica” de los que confían totalmente en Dios

por Pbro. Tomás Trigo
Dios te quiere

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Así razonan los santos ante las contradicciones: 

«Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor» (Sto. Tomás Moro). 

No son bellas palabras escritas debajo de un cerezo en flor. Cuando Tomás Moro escribe esto, como he dicho más arriba, está encerrado en la Torre de Londres, esperando a que lo decapiten por orden del Rey, por ser fiel a la verdad.

«Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre. Dios no hace nada que no sea con este fin» (Sta. Catalina de Siena). 

Porque a veces nos da por pensar que Dios permite los sufrimientos porque no nos quiere…

«La caridad de Dios –que nos ama eternamente– está detrás de cada acontecimiento, aunque sea de una manera a veces oculta para nosotros» (S. Josemaría Escrivá). 

Ese es el problema, que se nos oculta la caridad de Dios. Solo la vemos con los ojos de la fe, que nos dan la certeza total de que nos ama. 

«Quien sabe todo lo que sufres y lo puede impedir, si no lo impide, es evidente que por providencia y cuidado que tiene de ti no lo impide» (S. Juan Crisóstomo). 

Es evidente. Pero nos cuesta admitir esa evidencia. De nuevo, tenemos que pedir a Dios que nos aumente la fe en su amor. 

«Siendo sumamente bueno, Dios no permitiría de ninguna manera que existiese algún mal en la creación si no fuera hasta tal punto poderoso y bueno que pudiese sacar bien del mismo mal» (S. Agustín). 

¿Qué bien va a sacar Dios de este mal, de esta enfermedad que me tiene atado a la cama de un hospital, de una catástrofe o de un atentado terrorista? No lo sabemos. Pero ¿creemos que Dios es sumamente bueno, sabio y poderoso? ¿Creemos de verdad que nos ama infinitamente a cada uno? Con eso nos basta. 

Estos razonamientos expresan la lógica de la confianza y el abandono en Dios, una lógica que se apoya en su infinito amor y sabiduría. 

Otras personas, en cambio, ante las mismas situaciones, se quejan de Dios y piensan que es injusto. De ahí, esta “queja” divina que el Señor manifestó a santa Catalina de Siena: 

«Ellos atribuyen a daño suyo, en ruina y odio, lo que Yo hago por amor y para su bien, a fin de que no vayan a las penas eternas, para ganarlos y darles la vida eterna. ¿Por qué, pues, se quejan de Mí? Porque no esperan en Mí, sino en sí mismos; por eso caen en tinieblas, y no me conocen; de donde aborrecen lo que debían respetar, y como soberbios quieren juzgar mis ocultos juicios, que son todos rectos».

Una vez más, el problema es la soberbia del hombre, que quiere juzgar los juicios de Dios, y, desde su limitada sabiduría y su estrechez de corazón, los considera injustos. 

«El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son necedad para él y no puede conocerlas, porque solo se pueden enjuiciar según el Espíritu. Por el contrario, el hombre espiritual juzga de todo, y a él nadie es capaz de juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor, para darle lecciones? Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo» (1Co 2, 14-16).

Necesitamos tener «el pensamiento de Cristo», es decir, pensar como pensaría Él en nuestro lugar, ver las cosas como las vería Él. El don del Espíritu Santo que nos permite tener «el pensamiento de Cristo» es el don de sabiduría. El hombre verdaderamente sabio ve las cosas como las ve Dios, y le gusta, “saborea”, su cariñosa voluntad.

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