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Porque siendo misericordiosos hasta el cielo no paramos

por Editor mdc
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El desafío del amor es vivir nuestra vida desde la misericordia. Jesús nos dice: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36). Pero, ¿qué es la misericordia? ¿Cómo la aplicamos en nuestra vida?

La misericordia no es otra cosa que el perdón de corazón, tener corazón con el mísero. La palabra Misericordia viene del latín y está formada por miser (miserable, desdichado) y cor, cordis (corazón), es decir, la capacidad de sentir la desdicha o el dolor de los demás (Sal.32). 

Jesús mismo vino a enseñarnos el camino que debemos recorrer. Nos dejó su ejemplo: el que ama, perdona. (Lc 7,40-50). ¡Qué hermoso pensar en cómo Dios derrama su misericordia sobre nosotros cada vez que nos arrepentimos de nuestros pecados y acudimos con humildad al sacramento de la reconciliación! En su infinito amor, quiere que experimentemos primero su amor (Sal. 51). En la confesión no solo limpiamos la maleza interior, sino que además nos preparamos para recibir la Eucaristía (Hb. 5, 1-10).  Así como Él nos perdona y nos da nuevas oportunidades, debemos aprender a perdonar a nuestros hermanos, a ponernos en el lugar del otro, a brindarnos con la mirada de compasión que el Señor nos regala a diario (Mt.18,21-35).

Todos tenemos cambios pendientes en nuestro interior porque somos frágiles y más de una vez nos equivocamos, ése debe ser siempre nuestro punto de partida (Jn. 8, 1-11). Para empezar, hay que dejar de buscar justificaciones y responsabilidades ajenas en nuestras malas decisiones. Ahora bien, no olvides que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Ap.3,8). Si todos pagamos la culpa de Adán y Eva, por Jesús somos redimidos (Lc. 15, 11-32). Por amor, del costado de Cristo brotan sangre y agua (Jn 20,31-37), y sale un torrente de misericordia (Rm. 5, 1- 21).

Para comprender un poco más nuestro presente, debemos ir hacia las profundidades del corazón. ¿Cómo emprender ese camino? Nadie mejor para guiarnos que nuestra Madre de la Misericordia, ella que guarda todo en su corazón. (Lc 2,19).

El camino hacia dentro es un recorrido que solo nosotros podemos realizar con sinceridad, y debemos estar dispuestos a hacerlo desde la fe. “Hasta el cielo no paramos” significa que nuestro objetivo es llegar a la patria celestial y aprovechar cada día en la Tierra para vivir y compartir ese cielo. ¿Sos consciente de que Dios está en tu interior y te invita a ver la cara de Jesús en cada persona con la que te cruzás? (Gal.2,20). Que el Espíritu Santo nos llene de gracia para que no tengamos miedo de pasar todo por nuestro corazón y unirnos con nuestros hermanos en abrazos de corazón a corazón (Lc.6,45).

Ahora bien, los seres humanos tenemos libertad de elección, no somos robots, solo a través de nuestra libertad aprendemos a amar verdaderamente (Rm. 9,16). Libertad no implica “hago lo que quiero sin medir consecuencias”. Más bien, San Agustín decía: «Ama y haz lo que quieras». Nuestra medida es el amor y, como estamos aquí para amar a Dios y al prójimo, sólo en el amor se encuentra la felicidad (1 Jn 4,7-21).

Claro que a veces pasa que quisiéramos olvidar y nos cuesta; vemos al que nos hirió y recordamos lo que nos hizo. Con todo, lo más improbable es posible con la ayuda de Dios, de la gracia divina (2 Cor. 5, 15-21). Por eso, píde: “Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo”, y deja que Él te transforme.

Al perdonar tenemos el don de la paz dentro de nosotros, la verdadera paz del corazón (Jn 20,21-23). En otras oportunidades, nos resulta más fácil ser misericordiosos con los demás que con uno mismo y nos juzgamos duramente o nos pesa nuestro pasado. Tengamos presente que cada día Dios nos da una nueva oportunidad de comenzar, un nuevo amanecer para que obremos de manera diferente. Como me dijo mi guía: «que el recuerdo del pasado, con sus pecados y sombras, sean un recuerdo de la misericordia» (Jn.8,11). En la medida en que tengamos esa mirada misericordiosa con nosotros mismos, nuestra mirada va a ser distinta en relación a los demás. En el Padre Nuestro, Jesús mismo nos enseña: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12-15). Tenemos que ser capaces de ver lo bueno en el otro, pero también valorar nuestras bondades (Lc. 6, 27-42).

Cuando se falla, se necesita del otro; cuando se sufre, se necesita un abrazo; cuando se cae, se necesita una mano que ayude a levantarse (Lc. 10,26-42). Seamos capaces de darnos las manos sabiendo que en el otro hay algo bueno que quizás aún no hemos descubierto (Mc. 2,1- 12). Perdonar es sanar, no te aferres a aquello que debes dejar si es algo que no te deja estar tranquilo (Mt. 9, 13). Debemos romper con el ideal de que el otro sea como uno espera y construir desde lo que el otro puede darme y lo que yo tengo para ofrecerle (Jonas 4,2). 

Para finalizar, elegí un fragmento de Charles de Foulcault en “Ámame tal como eres“. (Is.54,10).

Conozco tu miseria,

las luchas y tribulaciones de tu alma,

la debilidad y las dolencias de tu cuerpo;

conozco tu cobardía,

tus pecados y tus flaquezas.

A pesar de todo te digo:

dame tu corazón, ámame tal como eres.

Si para darme tu corazón

esperas ser un ángel,

nunca llegarás a amarme.

Aún cuando caigas de nuevo,

muchas veces en esas faltas

que jamás quisieras cometer

y seas un cobarde para practicar la virtud,

no te consiento que me dejes de amar.

Ámame tal como eres.

Ámame en todo momento

cualquiera que sea la situación

en que te encuentras,

de fervor o sequedad,

de fidelidad o de traición.

Ámame tal como eres.

Déjate amar. Quiero tu corazón.

En mis planes está moldearte,

pero mientras eso llega,

te amo tal como eres.

Por eso, siendo misericordiosos hasta el cielo no paramos. 

Autor: una voluntaria que hasta el cielo no quiere parar. 


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