Fiesta Litúrgica, 24 de agosto
Martirologio Romano: San Bartolomé, apóstol al que generalmente se identifica con Natanael. Nacido en Caná de Galilea, fue presentado por Felipe a Cristo Jesús en las cercanías del Jordán, donde el Señor le invitó a seguirle y lo agregó a los Doce. Después de la Ascensión del Señor, es tradición que predicó el Evangelio en la India y que allí fue coronado con el martirio (s. I)
“Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. (Jn 1, 47)
El nombre del apóstol Bartolomé viene de la lengua hebrea y significa ‘hijo de Tolomeo’ (Bar =hijo. Tolomé = “cultivador y luchador”).
Con el nombre de Bartolomé no aparece en ninguna narración, sin embargo, tradicionalmente es identificado con Natanael, un nombre que significa “Dios ha dado”. La identificación de los dos personajes se debe posiblemente al hecho de que Natanael, en la escena referida al llamado de Cristo narrada por el Evangelio de Juan, es colocado junto a Felipe, es decir, en el puesto que tiene Bartolomé en las listas de los apóstoles de los demás Evangelios.
Natanael –Bartolomé- era originario de Caná y ahí seguramente fue testigo del primer milagro del Señor (Jn 2,1-11). Era amigo del apóstol Felipe de Betsaida. Fue precisamente el apóstol Felipe el que invitó a Bartolomé a seguir a Cristo. Es muy posible que Bartolomé, un judío devoto, que esperaba la venida del mesías, también fuera discípulo del Bautista.
El episodio de su llamada aparece narrado en el Evangelio de Juan, cuando Jesús, después de ser bautizado por Juan en el Jordán, y después de haber llamado a Andrés, a Pedro, a Juan, a Santiago y a Felipe, se dirigió con todos ellos a Caná. Ahí Felipe anunció con alegría a Bartolomé que había encontrado al Mesías a “ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret”. (Jn 1, 45)
Como sabemos, Natanel –Bartolomé- le respondió con una respuesta que mostraba un prejuicio: “¿De Nazareth puede haber cosa buena?” (Jn 1,46). Esta expresión deja ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía proceder de un pueblo tan pequeño y oscuro, como era el caso de Nazareth.
Felipe, sale al paso de esta objeción y le respondió con un desafío: “Ven y lo verás” (Jn 1, 46). Con ello lo invitaba a vivir una relación íntima y profunda con Jesús.
Dice el Papa Benedicto XVI que esto ocurrió de una manera semejante a aquellos samaritanos, que después de haber escuchado el testimonio de la mujer samaritana con la que Jesús se había encontrado en el pozo de Jacob, quisieron hablar directamente con Él y, al experimentar su presencia le dijeron a la mujer: “Ya no creemos por tus palabras; pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 42).
Cuando Jesús se encontró con Natanael se le acercó y le dijo: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” (Jn 1,47) Se trata de un elogio que suscita la curiosidad de Natanael, quien replica sorprendido: “¿De qué me conoces?” (Jn 1,48)
La respuesta de Jesús no se entiende en un primer momento. Le dice: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. El Papa Benedicto XVI señala que “hoy es difícil darse cuenta con precisión del sentido de estas últimas palabras. Según dicen los especialistas, es posible que, dado que a veces se menciona a la higuera como el árbol bajo el que se sentaban los doctores de la ley para leer la Biblia y enseñarla, quizás está aludiendo a este tipo de ocupación desempeñada por Natanael en el momento de su llamada”. De todos modos, lo que más cuenta en la narración de Juan es la confesión de fe que al final profesa Natanael de manera límpida: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49)
La confesión de Natanael ofrece un primer e importante paso en el camino de adhesión a Cristo. Las palabras de Natanael presentan un doble y complementario aspecto de la identidad de Jesús: es reconocido tanto por su relación especial con Dios Padre, del que es Hijo unigénito, como por su relación con el pueblo de Israel, de quien es llamado rey, atribución propia del Mesías esperado.
Jesús le responde a Natanael: “Porque te dije: ‘Te vi debajo de la higuera’, crees. Verás cosas más grandes todavía’. ‘Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre’.» (Jn 1, 50.51)
Los israelitas sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.
Según el Evangelio de Juan, Natanael fue uno de los testigos de la aparición de Jesús en el mar de Tiberíades, cuando los Apóstoles estaban intentando pescar sin éxito. En los Hechos de los Apóstoles, Bartolomé aparece como uno de los Apóstoles que presenciaron la ascensión de Jesús a los cielos.
Predicación de Bartolomé en Asia menor
No se tienen noticias precisas sobre la posterior actividad apostólica de Bartolomé-Natanael. Pero hay tradiciones que indican que habría predicado en Asia Menor, luego en Armenia y que incluso, habría llegado a la India.
La tradición primitiva e invariable de la Iglesia de Armenia reconoce como sus fundadores originales a los apóstoles San Tadeo y San Bartolomé, quienes son llamados los primeros iluminadores de Armenia. La Iglesia custodia sus tumbas, que se conservan y veneran en las antiguas Iglesias de Ardaze –Magou- y Albac – Baschkale, situado en el sureste de Armenia.
La tradición señala que Bartolomé fue muerto desollado vivo y crucificado y se dice que su martirio fue en la ciudad de Albanópolis.
Sus reliquias son veneradas en Roma, en la Iglesia que se le ha dedicado en la Isla del Tíber, adonde habrían sido traídas por el emperador alemán Otón III en el año 983.
En la Capilla Sixtina en la famosa escena del Juicio Universal, Miguel Ángel Buonarotti presentó a san Bartolomé teniendo en la mano izquierda su propia piel.
San Bartolomé y nosotros
Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar más a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.
Fuentes: ACI Prensa
Los Apóstoles de Cristo Rey
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