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No hay posada. No hay lugar

por Pbro. Carlos Padilla E.
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Tengo un gran anhelo de paz en mi alma cuando llego al portal. Me siento como José, preocupado, angustiado pensando en un lugar en el que pasar la noche. María a punto de dar a luz.

No hay posada. Siempre me impresiona esta respuesta. No hay lugar. ¡Cuántas veces yo la digo! No tengo lugar para otros en mi vida, en mi agenda, en mi tiempo, en mi alma. Me siento como esos habitantes de Belén tan ocupados, tan agitados. Y José buscando posada. Preocupado por María, por Jesús. No hay lugar para Jesús. José lo suplica. Toca las puertas. Ninguna se abre. El día avanza. María calla y confía. ¿Cómo puede confiar si no hay sitio? Pero su sitio es junto a José y su niño. No importa tanto el lugar físico como el lugar en el corazón de alguien. María descansa en el corazón de José. Luego lo hará en el de Jesús. No importa tanto que no haya posada. Pero José se agobia. Se conmueve porque se acerca el momento. Han llegado a Belén. Sale la estrella. José mira a María. Ella, cansada, cree en él. Confía en José. Nunca antes nadie había confiado tanto en él. ¡Cómo se preocupa y agobia buscando posada! ¡Qué bonito ha sido el camino mientras los dos esperaban juntos! Se han imaginado ya con su hijo. ¡Cuántas cosas planearon en ese camino de Nazaret a Belén! Aunque saben que Dios les cambiará los planes. No importa. Se sienten tan elegidos, tan pobres, tan felices. María reza en Belén. Se recoge en lo profundo del alma. En silencio. Toca con temor su tripa. Espera. Aguarda. Acaricia a Jesús acariciando su vientre. Ya llega. ¿Cómo será? Da gracias por este momento. No hay lugar para ellos. No importa. Ellos serán siempre el lugar de Jesús. No le faltará nada a ese niño indefenso. Todo su amor será para Él. María mira a José. Él los cuidará. Y ella le cuidará a él y a Jesús. Toca con sus manos su tripa. Le duele. Ya llega. No quiere quejarse para no preocupar a José. Hace frío. Le da la mano a José. Seguro que todo va a ir bien. Ella confía en él. Él en ella. Y los dos peregrinos de Nazaret, pobres, sencillos. El carpintero y su mujer. Los dos, cansados, se arrodillan y rezan. Se ponen en manos de su Padre como dos niños. Y Dios se conmueve con esa fe de niños. El cielo entero se abaja. Aparece un lugar en una cueva de animales. Ahí caben. Es posible que Jesús nazca. Es de noche. Se acerca el momento santo. No quiero que Jesús pase de largo por delante de mi puerta cerrada. He colgado en ella un letrero: «No hay posada». Me parece que no me cabe Dios en mi vida. No tengo hueco para Él. No hay sitio en mi agenda. Si lo hubiera le dejaría entrar, pero no hay hueco. No abro. No le dejo pasar. En mi vida no cabe. En mis números no cuadra. No soy capaz de mirar a los ojos a ese hombre fiel que toca la puerta. A esa mujer de mirada honda, misericordiosa y comprensiva. No los miro, porque si los miro ya no puedo seguir con mi vida. Una persona rezaba en Navidad: «Ven, Jesús, pasa. Ven, rompe mis muros y mis cálculos. Ven, mi lugar es para ti. Tú pides, tocas, pides permiso. Aguardas fuera. En el frío. Siempre cabes. Y si hay muro, rómpelo». No tengo hueco en mí para Dios. Quiero tener sitio en mi alma para que entre Dios. Pero no sólo Dios, también los hombres. Me duele pensar que no hago lugar para otros en mi vida. No los acojo. Los juzgo. Los rechazo. Quiero tener un corazón más abierto, más grande, más libre. A veces soy yo el que no encuentra un lugar. Me siento como José. Busco inquieto. No tengo posada en otros. No logro descansar en nadie. Vivo en tensión. Quiero paz. Una paz honda que me permita nacer de nuevo. Ansío un lugar en el que descansar sin miedo. No hay lugar para mí con mi originalidad, con mi forma de ser, con mis manías, con mis pecados. Intento entonces parecerme a otros, tapar mis heridas y debilidades, para ser aceptado, para no desentonar. Y pierdo lo mío, lo propio, lo escondo con miedo. Tengo tanto miedo al rechazo: «No hay posada». No hay nada peor que no tener un lugar en el que estar tranquilo, una familia, un hogar. Un espacio abierto y ancho en el que poder estar con todo lo que tengo en mi alma. Tal como soy. Sin miedo. Es Navidad.

Audio de la Homilia P. Carlos Padilla

 

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