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«San Juan Crisóstomo: Regocijarse en el sufrimiento y dar gloria a Dios» Cardenal Newman

por Pbro. Juan Rodrigo Vélez
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La vida cristiana implica sufrimiento. A veces, gran sufrimiento. La respuesta es lo que distingue a un cristiano de los demás: en medio de las dificultades e incluso la persecución, el cristiano perdona y alaba a Dios. Nuestro santo fue desterrado por segunda vez de Constantinopla. En esta ocasión al Cáucaso [1], en la vertiente oriental del Tauro, una cadena montañosa al sur de la actual Turquía. [2]

Fue conducido allí por dos soldados que lo trataron bien, pero en la época del año en que viajaba, el calor y la sequedad de la tierra hicieron que el viaje fuese muy difícil; este habría sido relativamente fácil en un medio de transporte público. En su lugar, viajó en una carreta tirada por una mula. Pasaron por la majestuosa Nicea y viajaron a través del país del maíz, Frigia, a la ciudad de Ankara. Al llegar a esta ciudad, encontraron devastación causada por los invasores isaurianos [3] y viajaron día y noche durante 200 millas hacia Cesarea, la capital de Capadocia.

Se enfrentaron a muchas dificultades, incluyendo suministros mínimos de alimentos y agua potable. Como resultado, Crisóstomo cayó enfermo con fiebres recurrentes. Newman señaló: “A pesar de la confusión indescriptible de los pueblos por los cuales él pasó, el celo cristiano y la caridad no permitieron que los sufrimientos personales de estas poblaciones interfirieran con el debido homenaje e interés ante la presencia de un confesor tan ilustre. Se volcaron en ese momento en la carretera para saludarlo y condolecerle”. Escribió a Olimpia a quien daba dirección espiritual, sobre el amor de la gente que, “quebrantada de tristeza”, salió a los caminos a verlo. El santo comentó que si ese era su dolor (el de la gente), cuánto más debía ser el suyo, aun así, le aconsejó: “Cuidado con rendirte a la tiranía del dolor”.

Desde Cesarea, donde los médicos lo trataron y recobró la salud, escribió a Olimpia, amiga cercana y nieta de uno de los ministros de Constantino, quejándose de no haber recibido cartas de ella o de otros amigos de Constantinopla (el hermano de un obispo acababa de llegar a Cesarea desde Constantinopla sin ninguna carta). Aun así, en la misma carta él resumió su disposición espiritual: “Gloria a Dios por todas las cosas. Nunca dejaré de decir esto, sea lo que sea que me suceda”.

Con otra amiga llamada Teodora, se quejó de que sus amigos adinerados (los de él) no hicieron nada para que su exilio no fuese lo más cerca de ser un hogar y uno mejor, y del silencio de ella. Él le escribió: “Estoy atónito. Esta es la cuarta carta, si no la quinta, que te envié; y tú me has enviado tan solo una. Me duele mucho pensar que tan pronto me has olvidado”. Pero, como Newman explicó, algunos de estos amigos como Tigrius habían sufrido tortura y martirio mientras tanto.

San Juan esperaba la paz en Cesarea y, aunque Pharetrius, su obispo, hizo pretensiones de amistad, movido por los celos ante la admiración del pueblo por Crisóstomo, Pharetrius pronto lo obligó a irse. En un momento en que los isaurianos amenazaban la ciudad, una muchedumbre compuesta de monjes rodeó la casa donde se alojaba Crisóstomo y lo obligó a abandonar la ciudad. Newman explicó: “Hubo un gran número de monjes fanáticos ese día, a quienes la Iglesia no reconoció, y que estuvieron expuestos a la influencia de cualquier calumnia descabellada o relatos absurdos que pudieron circular en perjuicio de Crisóstomo”.

Recordando el sufrimiento y el peligro vividos en su huida y su viaje de Cesarea al Cáucaso, Crisóstomo escribió: “¿Quién puede describir los otros problemas que me sucedieron en mi viaje: las alarmas, los riesgos? Pienso en ellos todos los días, y siempre los llevo conmigo; y mi corazón salta y me transporta de alegría al pensar en el gran tesoro que he guardado. ¿Te regocijas también por ello y le das gloria a Dios, quien me honró con estos sufrimientos?”

Sintió la necesidad de decirle a su amigo y, a través de sus otros amigos, que había recuperado su salud, y que no estaba sufriendo el frío clima invernal ni la amenaza de los Isaurianos que habían regresado a su país. Su único temor era de los obispos, a excepción de unos pocos, que deseaban hacerle daño.

Una vez más, Crisóstomo se quejó de no recibir cartas de sus amigos, aun cuando ellos podían quejarse de la misma manera, al no haber recibido sus cartas. Por ejemplo, le escribió a Olimpia: “¿Cómo es que dices que no has recibido cartas mías? Te he enviado tres: una con los soldados de la prefectura, una con Antonio y una con tu sirviente Anatolio. Eran cartas largas”.

Las personas, incluidos hombres y mujeres santos, pueden sufrir en gran medida excepto por sentirse olvidados por sus amigos o por no saber de ellos. Crisóstomo nos recuerda así el valor que se le da a la amistad, y cómo los verdaderos amigos se sostienen mutuamente en el sufrimiento, ya sea en persona o por escrito.

Hay otra lección igualmente importante que podemos aprender de estos sucesos: que a veces los cristianos sufren persecución a manos de otros cristianos, incluso obispos y monjes. Y que los santos tratan de ver en esto la mano de Dios con un propósito superior y, como San Juan Crisóstomo siguiendo los pasos de San Pablo, tratan de regocijarse en su sufrimiento y de dar gloria a Dios por la manera en que abrazan la Cruz y perdonan a los demás.

[1] Esta ciudad antigua es la moderna Göksun, en la región mediterránea de Turquía. Más tarde, fue enviado mucho más lejos al Cáucaso, en la costa oriental del Mar Negro.
[2] Esta es una continuación de varios mensajes sobre San Juan Crisóstomo escritos por John Henry Newman en Historical Sketches, publicado por primera vez en la revista El Rambler (1859-1860).
[3] Estos eran descendientes de piratas cilicios, una vez reprimidos por Pompeyo, quien en el reinado de Constancio comenzaron a devastar la tierra.

Traducción: Guiliana Rivas

 


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