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LEER LA BIBLIA

por Carlos L. Rodriguez Zía
biblia

Es un lugar común escuchar decir que La Biblia es uno de los libros más vendidos de la historia y que está presente en millones de hogares. ¿Pero la consultamos, la leemos, como nuestra cuenta de Instagram o de WhatsApp? De esto tratan las siguientes líneas. 

Voy  a comenzar este artículo narrando una anécdota personal que involucra a la maravillosa mujer que desde hace veinticuatro años me honra siendo mi esposa. El hecho ocurrió en mayo del año 1992, cuando aún no éramos novios pero yo ya había posado mi mirada en ella. Recuerdo que al entrar en casa de un amigo en común para celebrar el cumpleaños del susodicho, vi un atril en el que posaba una biblia enorme repleta de dibujos. En un momento de la celebración, le comento a mi futura esposa que tener algo así me parecía, siendo diplomático, algo poco agradable. Comentario al que ella respondió diciéndome que en su casa tenía una exactamente igual. Rápido de reflejos y para no perder puntos con la candidata de mi corazón, puse cara de estar reflexionando profunda y sentidamente y le dije que pensándolo detenidamente, en verdad ese atril con esa biblia, ubicados en esa esquina del living, tenían su encanto. Vueltas de la vida, veintiséis años después, todos los viernes, desde el mes de marzo, asisto a un taller de biblia en la parroquia donde colaboro.

Dicho esto, ahora toca confesión. Como se lo dije a mi profesora, debo decirles a los lectores de Misioneros Digitales Católicos que hasta este año La Biblia era un libro que escuchaba leer en misa, del que sólo leía algunos Evangelios y adornaba el modular que está en el living de mi casa. Pero viernes tras viernes y fruto de transcribir a mano y releer los versículos que como tarea semanal encomendaba la profesora, fui descubriendo la riqueza que tienen Las Sagradas Escrituras. Principalmente las páginas del Antiguo Testamento, que además de su valor espiritual tiene una alta calidad literaria. Sirvan como ejemplos los textos del profeta Isaías y el Libro de Job; este último, material más que recomendable para ser trasladado a una obra de teatro.

Hoy La Biblia reposa en mi mesa de luz, es un libro que leo con más asiduidad y alimenta lo que les digo a los padres y padrinos que asisten a los cursos de preparación al bautismo que damos con mi esposa, cuando les hablo de un Dios que es un padre bueno, que nos ama con ternura, gratuitamente, sin condiciones y que siempre nos perdona. Esas palabras están respaldadas por el conocimiento y la lectura de lo que dice La Biblia al respecto desde el Génesis al Apocalipsis, pasando por los libros del Éxodo, el Levítico o los Salmos. Porque en cada uno de ellos fui encontrando pruebas de un Dios que nos creó por amor, para compartir la Creación,  que siempre estuvo a nuestro lado, como cuando el pueblo de Israel peregrinaba por el desierto; y que lejos de rechazarnos sabe esperar nuestro regreso y salir a nuestro encuentro como el padre del hijo pródigo.

También aprendí que es aconsejable sumergirse en sus páginas, leerla, con la guía del alguien como mi profesora Elena. No sólo para que nos expliquen cuestiones que posiblemente nos resulten confusas o contradictorias, sino para no pasar por alto detalles valiosos. O se nos explique el contexto histórico en el que se desarrollan los hechos o éstos fueron escritos. Siempre es útil preguntarle a alguien que ya recorrió el camino que se está por emprender.
Por último, y para evitar ser enviado al exilio como el pueblo de Israel: mi esposa se llama Cecilia.
 
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