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Sean perfectos como su padre celestial es perfecto

por Card. Rubén Salazar Gómez
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Seguimos leyendo el texto del sermón de la montaña de nuestro Señor Jesucristo, como nos lo trae el Evangelio de Mateo, y seguimos ahondando en el sentido profundo que tiene la ley escuchamos con la texto:

Del santo Evangelio según SAN MATEO 5, 38-48


EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
«Han oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Pero yo les digo: no hagan frente al que los agravia.  Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale,y al que te pide prestado, no lo rehúyas. 
Han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerá sa tu enemigo». 
Pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por los que  los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. 
Porque, si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y,  si saludan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».

Palabra del Señor. 

Transcripción de La Voz del Pastor del 23 de febrero de 2020

Hoy el Señor nos dice una frase que nos puede sorprender, nos dice: sean perfectos como su padre celestial es perfecto.

 Inmediatamente nosotros pensamos ¿pero nosotros como seres humanos íbamos a poder ser perfectos como es Dios? 

La realidad es que vamos a hacer perfectos en la medida en que abrimos nuestro corazón a Dios, para que él venga a nosotros y nos transforme, para que los de un corazón nuevo, para que los de un corazón verdaderamente capaz de amar.

 El Señor en el Evangelio nos pone casos concretos de la relación nuestra con los demás, y nos invita por lo tanto a que nosotros seamos capaces de vivir de una manera nueva, de una manera diferente, por ejemplo el caso concreto: dice en la antigua ley de se decía amarás a a tu hermano a tu prójimo, y odiarás a tu enemigo, el Señor cambia radicalmente esa situación.

 El cristiano no hay ningún enemigo digno de odio, todas las personas incluso aquellas que nos hacen daño, incluso aquellas que son nuestros victimarios, son dignas de respeto y de amor, es decir de ser servidas en el momento en el cual lo necesita.

 En Colombia esto lo experimentamos permanentemente hemos permitido precisamente como consecuencia de una larga historia de injusticias, y de violencias, hemos permitido que crezca el odio, vivimos en un país, en donde hay mucha gente que verdaderamente odia, odia y ve en los demás sus enemigos a los cuales hay que odiar, y hay mucha gente que conserva en su corazón el deseo de venganza, el deseo de la revancha, el deseo de desquitarse, de hacer al otro lo que él recibió en algún momento, esto es lo que ha impedido que verdaderamente construyamos un país mejor.

 Vivimos en un país en donde como decía hace ocho días estamos llenos de inseguridad de recelos, es confianza frente a los demás, pero lo más grave es que también ahí vivimos en un país en el cual hay odios y odios profundos, odios que se alimentan todos los días, el señor nos invita a perdonar, como dios nos ha perdonado, a hacerle bien a aquellos que nos han hecho mal, porque miren San Pablo lo va a decir en la carta a los romanos hay que vencer el mal con la fuerza del bien.

 Nosotros a veces pensamos que el mal se le vence haciendo el mal, que cuando yo he recibido el mal la respuesta que debo dar es hacer el mal, al que me ha hecho mal, no, ahí se crea una espiral sumamente peligrosa, de violencia, que es la que hemos vivido en Colombia permanentemente, todos los días hay más violencia, una violencia que se va retroalimentando y que va invadiendo todos los ámbitos de la vida, piensen ustedes por ejemplo cómo se han incrementado las denuncias de violencia intrafamiliar, no hay respecto al interior de la familia, todo lo contrario se vive una verdadera guerra entre los miembros de aquella familia que vive todos bajo un mismo techo, y la familia debería ser precisamente un espacio de amor, de fraternidad, solidaridad, de búsqueda del bien de los demás, de verdadera comunión de personas con una comunicación profunda, y no, convertimos todos los lugares en verdaderos infiernos, nuestras ciudades se vuelven esos a esos ámbitos de violencia, de vandalismo, de exclusión, de injusticia, ¿todo por que? porque indudablemente no sacamos nuestro corazón.

 Ahora es posible que nosotros no seamos capaces de sanar nuestros corazones, no somos capaces de perdonar pero el Señor nos ofrece la posibilidad de hacerlo si lo hacemos unidos a ver si nos unimos a él si salimos de nosotros mismos, y le permitimos que él venga a nuestro corazón y nos transforme, si le permitimos al Señor que el sanen nuestras heridas, nuestros rencores, todas las violencias que hemos podido ser víctimas de ellas, que el Señor verdaderamente sane nuestro pasado, deberíamos como ofrecerle presentarle al Señor todo lo que ha sido nuestra existencia, para que él verdaderamente sane todo lo que ha habido y así nos haga verdaderamente capaces de construir un mundo nuevo, un mundo diferente de pensar en un futuro distinto, a ese pasado de odios, de violencias, de venganzas, que es el que nos atenaza permanentemente acudamos hoy al Señor pidiéndole que verdaderamente él no salga como el perfectos.

 La mejor explicación de ese perfecto, nos la da del Evangelio de Lucas en el texto paralelo él nos dice allí -sean misericordiosos como su padre del cielo es misericordioso- la perfección de Dios es su misericordia y por lo tanto nosotros vamos a ser perfectos en la medida en que seamos capaces de ser misericordiosos, es decir capaces de perdonar, y de ser perdonados, capaces de dar ayuda, capaces de tender la mano al que lo necesita, capaces de salir de nosotros mismos para reconciliarnos y construir un mundo de reconciliación, de fraternidad, de solidaridad, de paz, abramos el corazón al Señor para en funda en nuestro corazón por la fuerza del Espíritu  Santo, de su perfección su misericordia nuestra capacidad de amar 

La bendición de Dios todopoderoso, Padre Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca para siempre, Amén.

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