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Benedicto XVI y El Quijote

por Editor mdc
El Quijote

El personaje de El Quijote captura la atención y el interés de muchos. Entre ellos la de una pluma tan rica como la del Papa Emérito Benedicto XVI. Pasen y lean.

[EL Quijote] trata de la expresión poética que tal vez más perfecta y acabadamente reflejó el drama de la despedida de la edad media y la irrupción de la edad moderna; y ello a través de la pluma de un autor que se sabía “más versado en desdichas que en versos”: Miguel de Cervantes[1]

Su Don Quijote comienza como una bufonada, con una amarga burla que no es mero producto de la desnuda fantasía o simple diversión literaria. El alegre auto de fe que el cura y el barbero llevan a cabo, en el capítulo 6, con los libros del pobre hidalgo, tiene un aire absolutamente real: se echa afuera el mundo medieval y se tapia la puerta de entrada: pertenece ya irremisiblemente al pasado. En la figura de Don Quijote, una nueva era se burla de la anterior. El caballero se vuelve loco. Despertando de los sueños de antaño, una nueva generación se enfrenta con la verdad desnuda y sin afeites. En la alegre burla de los primeros capítulos hay algo de eclosión, de la seguridad de sí de una nueva época que olvida los sueños, que ha descubierto la realidad y está orgullosa de ello.

Algo curioso

Pero en el curso de la novela, le ocurre al autor algo curioso. Poco a poco, comienza a cobrar afecto al loco caballero. Esto se advierte no sólo en el hecho de que se sintiera molesto por la burla de un plagiador, que convertía al noble loco en vulgar payaso. Tal vez en la contraimagen del falso Don Quijote advirtió plenamente, por vez primera, que su loco tenía un alma noble, que su locura de consagrar su vida a la protección de los débiles y a la defensa de la verdad y la justicia tenía grandeza en sí. Tras la locura, descubre Cervantes la sencillez: “Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador y, sobre todo, caritativo”[2] ¡Qué noble locura aquella que hace que Don Quijote elija una profesión en la que: “…ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida defenderla”[3]!

Locuras insensatas

Las locuras insensatas se han convertido en amable espectáculo en el que se hace perceptible un corazón puro. Más aún, el núcleo de la locura, que ahora llega al nivel de la conciencia, coincide con el extrañamiento de la bondad en un mundo cuyo realismo se burla, por lo demás, de aquel que acepta la verdad como realidad y que arriesga la vida en su defensa. Aquella altiva seguridad con que Cervantes había quemado los puentes que quedaban a sus espaldas y se había reído del tiempo antiguo, se torna ahora en melancolía por lo perdido. No se trata de un retorno al mundo de las novelas de caballería, pero sí de mantenerse despierto para aquello que nunca debe perderse y de ver bien el peligro que amenaza a los hombres cuando, al quemar el pasado, pierden parte de sí mismos.[4]

Joseph Ratzinger

[1] El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, pág. 55. De la edición de J. Pérez de Hoyo, Madrid 1970.

[2] Ibidem, pág. 464.

[3] Ibidem, pág. 530.

[4] Teoría de los principios teológicos de Joseph Ratzinger, págs. 470-472. Barcelona: Herder, 1985.

 

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