Hoy, 26 de agosto, la Iglesia celebra la memoria del beato Ceferino Namuncurá, seminarista salesiano argentino de origen mapuche
Ceferino nació en la ciudad argentina de Chimpay el 26 de agosto de 1886. Era hijo del cacique indígena Manuel Namuncurá y de Rosario Burgos. A los 2 años fue bautizado por el misionero salesiano Domingo Milanesio, en las tierras donde transcurrió su infancia, a orillas del río Negro. Allí aprendió todo tipo de destrezas como montar a caballo, cazar, buscar animales, manejar el arco y las flechas, pero su padre deseaba que estudiara para que se convirtiera en el defensor de su pueblo.
Buscando hacer realidad este sueño, en 1897, su padre lo acompañó a Buenos Aires, donde fueron recibidos por algunos miembros de su comunidad indígena que ya residían allí. Con 11 años, ingresó en el colegio de San Fernando y comenzó a trabajar como aprendiz de carpintero en los Talleres Nacionales de la Marina en el Tigre, puesto que deseaba ganar su sustento. Pero el joven no se sintió a gusto, y el cacique Namuncurá se comunicó con el entonces presidente argentino Luis Saenz Peña a través de una carta en la que le solicitaba ayuda para su hijo. Fue así que Saenz Peña acudió al Superior del colegio salesiano Pío IX, donde fue recibido como alumno.
Su ingreso en el colegio salesiano comenzó a despertar en Ceferino su vocación religiosa. Allí, la gracia divina obró en su corazón haciendo que el joven abrazara la fe en Jesucristo, aunque sin olvidar nunca sus raíces indígenas. Su mayor anhelo era llevar el Evangelio a su comunidad para contribuir a su crecimiento cultural y espiritual. El joven solía decir: “Quiero estudiar para ser útil a mi gente”.
Hubo dos acontecimientos que marcaron la vida de Ceferino e hicieron que se apasionara por el estudio del catecismo y las prácticas de piedad. Uno de ellos fue su primera comunión y, el otro, conocer la vida de Domingo Savio, de quien fue un ardiente imitador. Así, el joven que apenas ingresado al colegio conocía muy poco el idioma y la cultura del lugar, en poco tiempo, y debido a su vida piadosa, había logrado ganar el corazón de sus compañeros y superiores, convirtiéndose en un modelo para todos ellos.
Ceferino era el rostro visible de los sufrimientos que atravesaba su pueblo y confiaba en que el Evangelio de Jesucristo podía transformar su historia. Papa Francisco, recordando a nuestro beato, expresó: “Me hace mucho bien pensar en el deseo que Ceferino tenía de ser sacerdote para servir a su pueblo. Así debe de ser. El sacerdote siempre identificado con su pueblo, de tal manera que su tiempo, su vida, su persona sean para sus hermanos”.
Convencido de su vocación, Ceferino inició el seminario en Viedma, pero al poco tiempo enfermó de tuberculosis y su salud comenzó a debilitarse. Debido a esto, Monseñor Cagliero le propuso continuar sus estudios en Italia para que pudiera recibir mejores atenciones médicas, trasladándose en julio de 1904.
En Italia, Ceferino continuó sus estudios en un colegio Salesiano ubicado cerca de Roma. Durante su estadía, Monseñor Cagliero permaneció siempre a su lado. Su presencia allí causó tantas repercusiones que hasta el Sumo Pontífice Pío X lo recibió en una audiencia privada donde no sólo se interesó en escucharlo sino que también le obsequió una medalla ad príncipes.
Aunque el joven había sido recibido con las mejores atenciones, su enfermedad nunca cesó de consumirlo. Su salud se veía cada día más comprometida y el 28 de marzo de 1905, Ceferino tuvo que ser ingresado en el hospital Fatebenefratelli (Hermanos de San Juan Dios) de la isla Tiberina, donde permaneció hasta que el 11 de mayo partió a la casa del Padre.
La devoción popular a Ceferino Namuncurá se extendió en todo el territorio de la República Argentina a mediados del siglo XX, donde su fotografía se expandió rápidamente en muchos hogares. El 11 de noviembre de 2007, el Papa Benedicto XVI lo declaró beato. Su proceso de canonización continúa abierto.
En el día que celebramos su memoria, le rogamos al beato Ceferino Namuncurá que interceda ante Dios por todos los jóvenes que se sienten llamados al sacerdocio, para que acepten poner sus vidas al servicio de Dios y su gente, porque hasta el Cielo no paramos.