En este día se conmemora el amor extremo de Cristo para rescatarnos: Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.
No se celebra la Santa Misa, pero sí una celebración litúrgica de la Muerte del Señor, una celebración de la Palabra que concluye con la adoración de la Cruz y con la comunión eucarística, comulgando del Pan consagrado en la celebración del Jueves Santo. Al final de la adoración de la cruz conmemoramos a la Virgen María, la Madre dolorosa, que estuvo a los pies de la Cruz.
– Proclamamos el misterio de la Cruz, en las lecturas de la Palabra de Dios.
– Invocamos la salvación del mundo por la fuerza de esa Cruz.
– Adoramos la Cruz del Señor Jesús.
– Y finalmente participamos del misterio de esa Cruz, del Cuerpo entregado, comulgando de él.
En las iglesias, el altar luce despojado, las imágenes cubiertas y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está. El sacerdote viste de rojo, el color de los mártires.
Una de las actitudes que el cristiano debe tener durante el Viernes Santo es la reflexión porque comprenderemos y profundizaremos en el sentido de la muerte de Cristo.
Es un día de ayuno y abstinencia. Se acostumbra a rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz. Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción. A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.
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