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DSI, el tesoro oculto

por Carlos L. Rodriguez Zía
doctrina-social-pobreza

Unas palabras sobre el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, popularmente conocido como DSI.

¿Puede ser el final el principio de algo? Me explico. El viernes y sábado pasados (24 y 25 de noviembre) terminé en la ciudad de Córdoba (Argentina) el curso sobre Enseñanza Social de la Iglesia dictado por Cladees (Centro Latinoamericano de Evangelización Social). Durante ocho meses (abril a noviembre) no sólo me sumergí en las páginas del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), sino que navegué  –entre otros-  textos como Laudato si, Evangelii Gaudium y Caritas in Veritate. Aprendí mucho, incorporé valiosos conocimientos y, fundamentalmente, descubrí un tesoro de valor incalculable como la DSI. Que es, para describirla de una manera sencilla, el encuentro del mensaje del Evangelio con la realidad que nos toca vivir. Es nuestra vida cotidiana examinada a la luz de la palabra de Dios.  Además, la lectura de sus doce capítulos, sus 583 puntos, reformatearon mi visión de muchos aspectos de nuestra existencia. Por ejemplo, mi mirada sobre la pobreza. Hasta ahora, siempre pensé que al ayudar al pobre estaba poniendo en práctica la misericordia propia de un cristiano. Estaba siendo una buena persona con el hermano desamparado. Un ejemplo de solidaridad. Un buen hijo de Dios. Nada que ver. Pues uno ante el pobre no está en un escalón superior sino que está en un plano de igualdad; pues ambos, por ser hijos de Dios, tienen la misma dignidad. Somos hermanos. Uno, al darle al pobre techo, trabajo, educación o  salud, no le está donando nada sino que le está dando (o devolviendo) lo que por derecho natural le pertenece.

Pero no sólo leí y releí textos eclesiales, sino que escuché testimonios de gente comprometida que trabaja con esta realidad y de personas que viven o vivieron situaciones de pobreza y abandono.

Ricardo "Coco" Niz

Ricardo «Coco» Niz en un colectivo en Buenos Aires

Conocí y escuché a Ricardo Niz, un habitante de la ciudad de Buenos Aires (Argentina)  cuyo sobrenombre es Coco y que durante años se dedicó a recorrer las calles de la capital argentina para juntar cartones, venderlos y así poder darle de comer a sus hijos. Hoy en día hace lo mismo pero al frente de la  Cooperativa El CorreCamino que está inscripta legalmente ante los organismos del Estado, paga sus impuestos y da un trabajo digno a muchas familias. Entro otros sueños y objetivos, el de Coco es que él y muchas personas que viven una dura realidad, pasen de ser indigentes a contribuyentes. Coco no quiere que a personas en su situación el Estado le dé una ayuda social toda su vida (de por si la cooperativa no recibe ninguna). Coco quiere vivir dignamente de su trabajo Coco no quiere ser sólo alguien que recorre las calles recolectando cartones, papeles y demás elementos que nosotros desechamos.  Coco quiere ser –se considera- un cuidador ambiental. Coco hace palabra viva, concreta, lo que Francisco pregona en su carta encíclica Laudato Sí: cuidar La Creación, la casa común. 

Arranqué este artículo preguntándome si el final podía ser el principio de algo. Para mí si lo puede ser. Pues el haber descubierto la riqueza de la DSI, me permite contar con  una guía a la hora de encarar mi vida como ciudadano, o empresario, o político o dirigente sindical. Sin embargo, todo esto no debe quedar sólo en el plano intelectual. La palabra se deber volver acción. Esta nota será el comienzo de una serie de escritos sobre el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

Pero no será únicamente cuestión de escribir. Como me dijo en la última clase la profesora Cecilia, hay que encarar actividades que lo trascienden a uno, que tengan vida propia. Que dejen una huella. Es por eso que el grupo con el que hice el curso tiene la idea de aunar esfuerzo en pos de mejorar las condiciones de vida de un conjunto de personas de nuestra comunidad. Para que de esa manera los principios de la DSI: dignidad; bien común; destino universal de los bienes; subsidiaridad; solidaridad y participación no queden sólo en palabras.

 

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