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¿Cuál es nuestra misión como miembros de La Iglesia?

por Card. Rubén Salazar Gómez
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Seguimos avanzando en lo que llamamos en la liturgia el tiempo ordinario, es decir estos domingos en los cuales poco a poco se nos va abriendo la perspectiva inmensa del ministerio de Cristo, nuestro Señor. Y podemos, al mismo tiempo, descubrir cuál es nuestra tarea, cuál es nuestra misión como miembros de La Iglesia.

Escuchemos con suma de atención:

Lectura del santo Evangelio, según san Marcos 6,7-13
En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
–Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor

 

Transcripción la voz del pastor 15 de julio de 2018

En el Evangelio que acabamos de escuchar de san Marcos, se nos narra como el señor Jesús, después de haber elegido a los doce apóstoles, los envía para que ellos vayan a hacer (aquí está el secreto y el misterio de este Evangelio) exactamente lo mismo que hacía el señor Jesús: anunciar el Evangelio y hacer presente ese reino de Dios, por medio de curaciones, de transformaciones internas de las personas a las cuales llegaba ese mensaje.
Esto es sumamente importante que nosotros lo entendamos bien: el único que salva es el señor Jesús, el hijo eterno del Padre, hecho hombre en el seno de la Virgen María, muerto y resucitado por nosotros. Pero Él encomendó a la Iglesia continuar su obra de salvación; no que la Iglesia salve, sino que los miembros de la Iglesia (todos nosotros los que por el bautismo hemos entrado a formar parte de ese pueblo de Dios) estamos llamados a anunciar el Evangelio, como lo hacía nuestro señor Jesucristo. Y a permitir, por lo tanto, con ese anuncio que el Señor se haga presente en el interior de cada una de las personas y que éstas abran su corazón a la fuerza salvadora del Señor.
Es un misterio inmenso el que el Señor resucitado siga presente en medio de la Iglesia, el que el Señor resucitado siga salvando, el que el Señor resucitado siga realizando su designio de amor y de misericordia, y lo hace por medio de la Iglesia. Al final del evangelio de Mateo, nosotros podemos entender claramente lo que esto significa. El Señor resucitado les dice a sus discípulos: “vayan, el Señor me ha dado a mí pleno poder en el cielo y en la tierra, prediquen el Evangelio a todas las naciones y háganlos mis discípulos”. De eso se trata: de que nosotros como miembros de la iglesia (y la iglesia toda: sus pastores y sus fieles) hagamos presente el evangelio de salvación, anunciemos el evangelio de salvación.  Proclamemos a todos los seres humanos que el Señor muerto y resucitado es nuestro salvador para que podamos todos los seres humanos descubrir esa presencia salvadora de Dios en medio de nosotros, por medio de Cristo que nos da su espíritu, y de esa manera transformar nuestra vida.
En nuestra patria estamos viviendo momentos de cambio, de transición. Dios quiera que en este momento resuene de una manera muy fuerte el anuncio del Evangelio. Que todos los colombianos descubramos que Dios es nuestro padre, que todos somos sus hijos y, por lo tanto, hermanos que todos hemos sido redimidos por la muerte y resurrección del Señor. Que todos estamos llamados a recibir el Espíritu Santo para que muertos al pecado, a la envidia, al odio, a la violencia, a la injusticia, a todo lo que nos separa y nos divide, seamos capaces de vivir como hermanos construyendo un mundo de justicia y de paz.
Pidamos al Señor que Él nos conceda esa gracia de comprender cada vez mejor lo que significa la salvación que nos ofrece y de ser capaces de llevarlo a los demás, de anunciarlo a los demás. Especialmente con nuestra vida, una vida coherente, a una vida recta, una vida verdadera, de acuerdo a la voluntad del Señor, que es al mismo tiempo nuestra felicidad, que es al mismo tiempo la plena realización de nuestras vidas.
La bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Amén

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