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El discurso del pan de vida

por Card. Rubén Salazar Gómez
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Hace ocho días, empezábamos a leer el Evangelio de Juan, el capítulo sexto, con el relato de la multiplicación de los panes. Este domingo, y en algunos domingos siguientes, vamos a escuchar lo que se ha llamado el discurso del pan de vida, que san Juan nos trae inmediatamente después de la multiplicación de los panes. Es decir, como una explicación del sentido que tiene la multiplicación de los panes.

Escuchemos con atención:

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,24-35.

En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»
Palabra del Señor

 

 

Transcripción la voz del pastor 5 de agosto de 2018

¿Qué nos dice el Señor? El Señor empieza reprochando a los judíos que lo buscan atraídos más bien por los bienes materiales. “Ustedes me buscan no porque han visto un signo sino porque comieron y el comer indudablemente es necesario. Y, por lo tanto, ustedes están contentos de haber comido”. Pero el Señor inmediatamente los lleva a que entiendan el sentido más profundo que tiene ese gesto que Él hizo de alimentar a la muchedumbre.
En todos los milagros, en todas las acciones de Cristo, en todo el ministerio de Cristo, hay siempre un aspecto que, podríamos llamar nosotros, va más allá del sentido, de la significación material, de la significación inmediata. Pongo un ejemplo: cuando el Señor cura a un ciego, no es simplemente devolverle la vista, la capacidad física de ver. Hay más allá; el Señor lo está liberando de las tinieblas del pecado y le está dando la luz de la vida, para que pueda descubrir a Dios y pueda descubrir el verdadero sentido de su existencia.

Lo mismo acá: el Señor quiere que nosotros descubramos más allá del simple hecho que Él multiplicó los panes y los peces y alimentó a la muchedumbre, y nos demos cuenta de cuál es el verdadero alimento que Él nos da a todos nosotros. Hay un primer aspecto que es fundamental: es el aspecto de la fe. La fe es lo que el Señor quiere de nosotros. ¿Y qué es la fe? Nosotros hemos aprendido a veces (yo creo que ya se olvidó, pero a mí sí me tocó aprender una definición que traía el catecismo del padre Astete) que la fe es “creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado”. Pero indudablemente que aquella definición, aun cuando era válida, no toca como lo esencial, lo fundamental de la fe. La fe es nuestra adhesión a Dios, que se nos manifiesta en Cristo y nos da su espíritu.

¿Qué significa esto? Adhesión. Cuando yo descubro al Señor, cuando yo descubro su amor y su misericordia, le abro mi corazón, lo acepto en mi corazón, permito que Él actúe en mí y por eso me adhiero a Él, por la fe; reconociéndolo como padre misericordioso que se me manifiesta en Cristo, nuestro Señor, Cristo muerto y resucitado por mí. Y que me da su espíritu para que yo pueda transformar mi vida, para que ya no viva más en el sinsentido, para que ya no viva más en la tristeza, en la angustia, sino para que sea capaz de vivir siempre amando, sirviendo y de esa manera feliz. Feliz sintiendo que mi vida es plena, que tiene pleno sentido aún en medio de las dificultades, de los problemas, de las luchas, de las angustias.

Pero como sabemos que estamos protegidos, que estamos cobijados por el amor misericordioso de Dios, entonces caminamos felices en medio de la vida, sintiéndonos cada vez más plenos, aun cuando se acerque la vejez y la enfermedad, sintiéndonos cada vez más plenos porque estamos unidos al Señor. Lo que el Señor quiere, por lo tanto, es que nosotros creamos en Él.

La fe es la que nos permite, entonces, descubrir el verdadero sentido de lo que Dios realiza en nosotros. Cuando abrimos nuestro corazón a Él, cuando descubrimos todo su amor y su misericordia, entonces vamos a poder entender verdaderamente cómo Dios actúa en nosotros, cómo Dios nos cuida, cómo Dios nos alimenta, cómo Dios nos conduce, cómo Dios nos lleva, cómo Dios nos consuela, cómo Dios nos fortalece, cómo Dios nos vivifica. La fe es la que nos abre esa posibilidad inmensa.

Por eso la fe es un don de Dios, pero hay que pedírsela, hay que pedirla todos los días. Nosotros tenemos que, de alguna manera, pedirle al Señor que seamos capaces de creer, porque en el mundo de hoy, en el mundo en el que vivimos, se hace cada vez más difícil creer. Y se hace cada vez más difícil creer porque la sociedad en que vivimos es una sociedad que ha decidido construirse volteándole la espalda a Dios. Que ha decidido que Dios no obra en el mundo, que Dios estorba y, por lo tanto, cada vez más lo “lógico” es ser ateo. Es decir, es pensar que no existe absolutamente ningún ser superior, es pensar que no existe Dios, que los seres humanos nos podemos bandear ampliamente nosotros solos sin tener ninguna necesidad de un Dios que nos ame y que no tenga misericordia de nosotros. En ese mundo, se va haciendo cada vez “lógico” no creer y vivir como si Dios no existiera. Pero la realidad es que así nos privamos nosotros de una inmensa riqueza, nos privamos nosotros de una fuente de luz, de gracia y de fuerza.

Si nosotros debilitamos nuestra fe y permitimos que se siembre en nuestro corazón la duda respecto de la existencia de Dios, y si permitimos que en nuestra vida empiece a desaparecer Dios, y por lo tanto nos empecemos a vivir solamente guiados por nuestro egoísmo y nuestras pasiones, pues indudablemente que este mundo va a ser cada vez más un mundo de injusticia y de violencia. Eso es desafortunadamente lo que estamos viendo.

El Señor nos da la gracia de la fe, por eso pidámosle al Señor que hoy domingo renovemos profundamente nuestra fe. Que el Señor nos permita creer cada vez más en Él. No simplemente en un Dios teórico, en una serie de verdades que recitamos sin saber qué significan, sino descubrir cada vez más un Dios vivo, un Dios presente, un Dios actuante, un Dios que nos ama, que tiene misericordia de nosotros.

En esta semana, vamos a tener la posesión del nuevo presidente, va a empezar un nuevo gobierno, vamos a empezar una nueva etapa en la vida de la nación. En esa etapa, la fe es fundamental porque indudablemente nosotros los creyentes podemos aportar un sentido profundo de la existencia, de la convivencia social, y, por lo tanto, podemos ser forjadores de una sociedad verdaderamente justa fraterna y solidaria.
Que el Señor nos conceda esta gracia.

La bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Amén.

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1 comentario

Beatriz agosto 5, 2018 - 9:29 am

Gracias muy buen relato. Soy catequista y me ayuda mucho este relato para mí y para transmitirlo . Bendiciones????

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