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«Confianza y amistad con Dios»

por Pbro. Tomás Trigo
Dios te quiere

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Entendemos a las personas en la medida en que las amamos. El amor capacita a la inteligencia para un conocimiento que ella sola no podría adquirir nunca. «Caritas oculus est»: la caridad, el amor, es un ojo, escribió Ricardo de San Víctor en el siglo XII. Por eso los padres conocen los deseos de sus hijos aun antes de que los expresen, y pueden entender su conducta cuando para otros resulta inexplicable. 

Si no entendemos mejor a Dios y su manera de actuar con nosotros es porque no tenemos amistad íntima con Él. Por eso nos quedamos tan desconcertados en ciertas situaciones, sobre todo en aquellas en las que nos toca sufrir, y nos preguntamos: “¿Cómo es posible que Dios permita esto?”. O bien: “¿Qué he hecho yo para que Dios me envíe esta cruz?”.

Claro está, mientras estemos en esta vida no podremos entender totalmente sus designios. Pero hay un camino –tal vez el único– para comprender un poco más la lógica de Dios: el camino del amor.

Cuando estamos unidos a Dios por una íntima amistad, nos concede como un instinto, el instinto del Espíritu Santo, que nos capacita para comprender de un modo más claro lo que Él hace y dice; y para querer y cumplir su voluntad como si fuera lo más natural para nosotros. La amistad con Dios hace que nos identifiquemos con su modo de pensar y con su querer: 

«El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son necedad para él y no puede conocerlas, porque solo se pueden enjuiciar según el Espíritu. Por el contrario, el hombre espiritual juzga de todo, y a él nadie es capaz juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor, para darle lecciones? Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Co 2, 14-16).

Quiero, Señor, tener amistad íntima contigo; quiero pensar como Tú piensas, querer lo que Tú quieres, que me guste lo que a Ti te gusta. Así no dudaré de Ti ante las contrariedades y sufrimientos que me envíes, porque veré detrás de cada acontecimiento tu mano tierna y cariñosa de Padre. Ante la cruz, te diré que sí, que si Tú la quieres para mí, yo también la quiero; y aunque me duela, te daré las gracias con mi último aliento.

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