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Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo

por Mons. Luis José Rueda Aparicio
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En este domingo resuena el Salmo 62 en la conciencia de cada uno de nosotros y en la iglesia. Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. 

Evangelio según San Mateo 16,21-27

Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.

Palabra del Señor.

Transcripción de La Voz del Pastor del 30 de agosto de 2020

El profeta Jeremías nos ha dicho hoy que la palabra de Dios es como un fuego allá adentro que no se puede guardar, que quema el alma, así es la palabra. Y hoy nos acercamos a esa palabra viva que va dialogando con los discípulos. 

Jesús les está anunciando a los discípulos que él debe ir a Jerusalén, que allí debe padecer, que allí debe morir, que allí va a resucitar. Pedro lo toma aparte y le está diciendo personalmente al señor Jesús que no te vaya a suceder eso, como diciendo no vayamos a Jerusalén. Pero el señor Jesús le explica a Pedro que esa es la misión. 

Jesús tiene clara cuál es su misión, por eso le dice casi con dolor a Pedro, apártate de mí satanás, tú piensas como los hombres no como Dios. 

El domingo pasado le había dicho a Pedro que él era la roca, la piedra sobre la cual construía la iglesia. Pedro es casi una piedra de tropiezo para la misión de Jesús, porque está pensando humanamente. Después Pedro progresa a espiritual y misionero, después de la resurrección, después de la muerte, después de que vea cumplidas estas palabras que está anunciando el señor Jesús. 

En Mateo 16, después de que lo vea crucificado, después de que lo vea amando a la humanidad y salvándola desde la cruz y después del encuentro con el resucitado, Pedro va a entender plenamente lo que el Señor le estaba diciendo y entonces ya no sentirá esas palabras de Jesús como un regaño, sino que sentirá las palabras de Jesús como un fuego en su corazón que lo lleva a ser misionero. 

Aquel día Jesús le estaba diciendo a los discípulos cuál era su misión. Después ellos van a descubrir la misión, deben ir, deben padecer y si es el caso deben morir por el evangelio y eso nos corresponde a todos en cualquier lugar, en cualquier escenario donde estemos nosotros viviendo nuestro seguimiento del Señor. Pero además nos está anunciando algo que no se nos puede olvidar, ¡vamos a resucitar! 

El Papa Francisco nos está diciendo que la humanidad toda en medio de esta pandemia está resucitando y debe resucitar. Es que la resurrección de Cristo es resurrección también del cuerpo de Cristo, que es usted, que soy yo, que es la humanidad entera, que somos los seguidores del Señor que queremos resucitar con Cristo. 

Tal vez esta pandemia nos está asociando a la misión de Jesús que llega a Jerusalén, que es condenado a muerte, que padece en la cruz, pero que resucita uniéndonos con él. 

Entendemos este momento y le decimos: Señor, quiero ser misionero contigo, no quiero apartarte de tu misión porque en tu misión encuentra sentido mi vida, la vida de la iglesia de hombres y mujeres capaces de entregarse por el evangelio y por el reino que el Señor. 

Que Él nos siga mostrando el camino, que nos dé la sabiduría y que nos dé el valor para seguirlo aún en medio de la prueba. 

El señor bendiga a su familia y su trabajo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. 

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