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Meditación del día 23 de julio

por Pbro. Luis A. Zazano
Mt. 13,18-23

Evangelio según San Mateo 13,18-23

Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».

La siembra

1) Escuchen: la vida implica un elemento fundamental «escuchar». Hay veces que te cerrás a vos mismo y haces que tu mundo gire a tu alrededor y sos vos quien pone las reglas. Pero eso termina asfixiándote en vos mismo. Es de sabios aprender a escuchar y es de prudentes rodearse de personas que te hagan crecer como tal. ¿Hoy vos sabes escuchar? ¿De quién te rodeas para recibir consejos?

2) Los distintos tipos de campos: todos somos distintos y cada uno recibe la palabra de Dios de una manera distinta. Te entiendo que, por tu ansiedad o por tu amor a Dios, te encantaría que en todos entre la Palabra, pero no. Hay procesos, hay tiempos y también hay tipos de tierra que están marcadas por la vida de cada uno. No podés andar exigiendo a los demás que reciban la Palabra de Dios como vos querés, pues no todos somos iguales y no todos tenemos esa apertura a Dios. Debemos respetar a cada tierra y debemos ayudar a que las tierras se hagan fértiles. Hay muchos corazones duros.

3) Abundancia: quien tiene en su corazón a Dios tiene la abundancia de la vida. Vive junto a los demás y sabe convivir. El cristiano que tiene la semilla de Cristo lo lleva a Cristo en su mirada y en su abrazo, porque no anda condenando ni siendo una topadora que da vuelta a todos los que se encuentran a su alrededor. Estamos llamados a tocar corazones y no a manosearlos y mucho menos a apretarlos. Tenemos a Cristo y llevamos esa paz de Cristo.

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