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Servidor bueno y fiel

por Elena Fernández Andrés
san josé

En el año de San José, una nueva reflexión en torno a su figura.

Es una regla general aplicada a todas las gracias extra ordinarias concedidas a una criatura dotada de razón: cada vez que la bondad divina elige a alguien para elevarlo a una gracia particular o a un estado sublime, da a la persona así elegida los carismas necesarios para su misión, lo que realza considerablemente su prestigio.

Este principio se verifica sobre todo en el gran san José, el padre adoptivo de Nuestro Señor Jesucristo y el verdadero esposo de la Reina del mundo y de la Soberana de los Ángeles. Elegido por el Padre Eterno como fiel nutricio y guardián de sus más preciados tesoros, su esposa y el Hijo de Dios, él cumplió esta tarea con toda fidelidad. Por eso, el Señor le dijo: «Servidor bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».

Si relacionamos a san José con toda la Iglesia de Cristo, ¿no es este el hombre elegido y privilegiado, con cuya colaboración y bajo el amparo del cual Cristo fue introducido en el mundo conforme al orden y al honor? Así, pues, si toda la Iglesia es deudora de la Virgen Madre, puesto que por María la Iglesia fue digna de recibir a Cristo, sin ninguna duda, después de la Virgen, es a san José a quien la Iglesia debe un reconocimiento y una veneración únicos. Es él, en efecto, la clave del Antiguo Testamento, en la cual la dignidad de los patriarcas y de los profetas recogió el fruto de la promesa. Además, él solo posee corporalmente lo que la condescendencia divina les prometió.

Es, pues, prefigurado con razón por el patriarca José, que reservó el trigo candeal para los pueblos. Pero nuestro santo lo aventaja aún, porque no es solamente a los Egipcios a quienes procuró el pan de la vida material, sino que el Pan del Cielo que da la vida celestial es para todos los elegidos, a los que él alimentó con una extremada solicitud.

Con toda seguridad, no hay que ponerlo en duda: la familiaridad, el respeto y la dignidad muy elevada con que Cristo colmó a san José durante su vida terrena, como un hijo a su padre, no se los retiró en el cielo; más bien se los completó y llevó al grado más alto. Con razón, pues, el Señor añade a las palabras citadas más arriba: «Entra en el gozo de tu Señor». Por eso, aunque más bien sea el gozo de la eterna beatitud el que entra en el corazón del hombre, sin embargo, el Señor prefirió decirle: «Entra en el gozo». Con estas palabras, quiso insinuar misteriosamente que esta alegría no está solamente dentro de él, sino que lo rodea por todos lados, lo absorbe, lo sumerge en un abismo insondable.

Acordaos, pues, de nosotros, bienaventurado José, interceded por nosotros mediante la ayuda de vuestra oración junto a Aquel que fue considerado como vuestro hijo; al mismo tiempo, hacednos propicia a la bienaventurada Virgen, vuestra esposa y Reina de los cielos, donde el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo reinan en lo infinito por los siglos de los siglos (San Bernardino de Siena).

(del libro «Id a José» de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

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