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EL BIEN COMUN

por Carlos L. Rodriguez Zía

Como ha ocurrido en otros artículos publicados en Misioneros Digitales Católicos (MDC), un hecho de carácter particular es el disparador de estas líneas que comparto con sus lectores.

Un par de semanas atrás dos personas llamaron a la puerta de mi casa. Eran dos ingenieros civiles de la universidad pública de mi país (Argentina) que querían saber qué pensaba sobre el plan que tenía el Gobierno municipal de construir un puente sobre el río que está a 1000 metros de mis casa, para comunicar el sector donde vivo  con el otro lado de la ciudad de Córdoba, hoy mi lugar en el mundo. Para que el lector se haga una idea, se podría decir que resido en un ambiente casi bucólico. La calle donde habito y, que se llama Viracocha, es de poco tránsito vehícular,  termina a orillas del Rio Suquía y es la que se vincularía con el otro lado de la ciudad con el mencionado puente. Recuerdo que al escuchar la pregunta de los dos ingenieros, miré el entorno donde vivo y pensé que en verdad me encantaría que todo siguiera así, viviendo en un ambiente de paz que se asemeja al que uno puede encontrar en el  campo o en la cima de una montaña.

conexionesnoroestePensamiento que me llevo de viaje hasta el capítulo cuatro del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI); particularmente la parte donde se  habla sobre el principio del bien común. Allí, en el punto 165, se dice que “la persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser con y para los demás”. Dilema a resolver: ¿privilegiaba mi interés personal y familiar o pensaba en todos mis vecinos, tanto los cercanos y conocidos, como los lejanos y desconocidos? Pose mi mirada en mis dos interlocutores y les dije con sinceridad que me encantaría que la situación siguiera así, con un auto o camión pasando de tanto en tanto, pero aun siendo consciente de que ese puente que se construirá aumentará mucho el tráfico frente a mi puerta y me quitará el silencio que me ayuda a escribir textos como éste, tenía que ser coherente con lo que predicaba y pensaba que estaba bien. Razón por la cual apoyaría la construcción de ese puente.

Los dos hombres se fueron y yo me quedé pensando la inmensa diferencia que hay entre la aceptación teórica/intelectual de un principio y su puesta en práctica. Como un familiar me señaló días después durante un almuerzo: todos queremos el progreso pero que no pase delante de nuestra puerta. Desde que leí el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, sus planteos no sólo me parecieron rotundamente sensatos, sino su lectura  de carácter casi obligatorio para todo el mundo. Pero la visita de esos dos ingenieros me dejó una enseñanza. Una  cosa es lo que se dice y otra es lo que se hace. Gracias a Dios, el momento de pasar a la acción llamó a mi puerta; desde la que veré como en breve se comenzará a construir el puente. En conclusión: el bien común no es sólo una frase bonita. Es una realidad.
 

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