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Santuario de Santa Rosa de Lima

por Horacio Espinosa

Había visitado Lima en otras oportunidades pero hasta este viaje no le había dedicado demasiado tiempo a recorrer la ciudad como turista religioso. Descubrí que, como ocurrió con otros sitios del mundo que conocí, me había interiorizado en la historia y la cultura de la capital peruana sin detenerme en puntos significativos para nuestra fe.

Esta vez decidí combinar trabajo con visitas a lugares a donde los creyentes peruanos peregrinan a diario. Llegué entonces al Santuario de Santa Rosa de Lima, dedicado a la primera santa americana. Allí me enteré de que en realidad la religiosa se llamaba Isabel.

El templo está cerca del casco histórico de Lima y fue levantado sobre la casa que habitó la santa durante el último tramo de su vida. Por la misma época, residió también en esa zona San Martin de Porres, por lo que es probable que ambas almas nobles se hayan cruzado más de una vez.

Al Niño Jesús le agradaba Rosa

La santa vivió en la época colonial de América. Nació en 1586 y fue bautizada en la iglesia de San Sebastián como Isabel Flores de Oliva. Sus padres fueron un arcabucero (quien se encargaba de la seguridad del virrey) y una dama criolla. Además de la religiosa, el matrimonio tuvo otros doce hijos.

Cuando la patrona de América, Perú y Filipinas era pequeña, su madre la apodó Rosa al ver su rostro encendido como una de esas flores. Todos comenzaron a llamarla así y la niña lo asumió con naturalidad producto de su corta edad.

Cuando creció y advirtió lo que había ocurrido, se sintió atormentada. La mortificaba pensar que estaba atentando contra el primer sacramento que había recibido. Hecha un mar de lágrimas compartió su pena con su confidente en el convento de Santo Domingo, la Virgen del Rosario. A sus pies encontró consuelo para tanta angustia, pues le pareció escuchar que Madre de Dios le indicaba que su nuevo nombre le agradaba mucho al Niño Jesús. Tras la revelación que trajo paz a su alma, la joven comenzó a presentarse con gusto ante la gente como Rosa de Santa María.

Entre los 12 y los 16 años, la familia vivió en el pueblo peruano de Quives, motivo por el cual hoy ese es un lugar de peregrinación. Allí, en 1597 la muchacha fue confirmada por el arzobispo. El clérigo, en vez referirse a ella como Isabel, la llamó Rosa por pura inspiración divina, ya que nadie le había contado la historia del apodo.

De regreso en Lima, la joven entregó por completo su vida a los pobres y enfermos y Dios le concedió ser instrumento de curaciones milagrosas. Su oración y sus sacrificios conseguían numerosas conversiones de pecadores, y aumento de fervor en muchos religiosos y sacerdotes.

Además de caminar en la fe, Rosa realizaba labores para ayudar a cubrir los gastos de su humilde familia. Durante el día trabajaba cultivando un huerto en el solar de la vivienda que su padre alquilaba y durante varias horas de la noche se dedicaba a hacer costuras.

En  agosto de 1606 recibió el hábito de la Orden de Predicadores como terciaria dominicana y lo usó hasta su muerte en 1617, a los 31 años.

Poco tiempo después del fallecimiento de Rosa, su hogar comenzó a ser objeto de reuniones en las que los vecinos se juntaban a rezar encomendándose a ella. Muchas personas, convencidas de la santidad de la joven, se comprometieron a pagar el alquiler del inmueble.

En 1669, un caballero de la Orden de Santiago y del Consejo de su Majestad, compró la casa y la donó a los religiosos del convento dominicano para que la convirtieran en Capilla y Santuario.

Los fieles, por respeto a Santa Rosa, no se atrevieron a demoler su casa y terminar con su huerto. De modo que la construcción se realizó a partir de la disposición de las habitaciones existentes. El oratorio se levantó sin perjuicio de los rosales que creían el el jardín contiguo.

Se cuenta que cuando en 1669 le presentaron al Papa Clemente IX el expediente de la beatificación de la hermana peruana, él tuvo una reacción muy particular. Al leer el documento, se levantó de su despacho y exclamó: «¡Santa, y de las Indias… Ahora solo falta que lluevan Rosas!». Y rosas frescas llovieron sobre su escritorio.

El pontífice italiano inició la causa que culminó en 1671, cuando su sucesor, Clemente X, canonizó a Santa Rosa de Lima.

En octubre de 1687, los restos mortales de la religiosa fueron colocados en el altar de la Basílica de Santo Domingo, donde actualmente se veneran.

La visita

La humilde casa de Santa Rosa es hoy testimonio de la fe que abrazó hasta las últimas consecuencias. Cada rincón del predio en el que está el Santuario habla de cómo Dios se hizo presente en la vida de la religiosa.

Tuve la oportunidad de conocer la habitación que la santa ocupó durante su juventud. Allí hay un altar y dos pinturas del siglo XVII. Una de las cuales retrata el rostro de la muchacha y fue realizada luego de su muerte por un artista que había sido su amigo.

Al centro del cuarto está la primera imagen de Santa Rosa de la que se tiene registro. Fue tallada en madera de cerezo mientras se realizaban los trámites de canonización. Se cuenta que cuando piratas ingleses amenazaron con invadir Lima, la escultura encabezó una procesión y la dominica intercedió desde el Cielo por la protección de la ciudad.

También se puede ver la habitación que funcionaba como enfermería. La estatua que se destaca en esta sala es una del Niño Jesús conocida como «El Doctorcito», dado que junto a esa figura rezaba con fervor la joven cuando debía atender gente con afecciones graves.

Afuera, permanece en pie una ermita construida por Santa Rosa con ayuda de su hermano. A un costado, se aprecia parte del viejo leño del naranjo y del limonero en el que, según sus biógrafos, de niña la patrona de América enredó sus cabellos cuando el Diablo quiso tentarla.

Otro lugar especial es el pozo de más de 15 metros de profundidad que siglos atrás era utilizado para obtener agua. En tal agujero la Santa arrojó las llaves del cilicio (faja para autoinflingirse dolor) que llevaba ceñida al cuerpo. Hoy en día, los devotos depositan en ese hoyo miles y miles de cartas con pedidos y agradecimientos a Dios.

El predio es un sitio santo, sin lugar a dudas. Aunque está sobre una Avenida muy concurrida, al ingresar se percibe una atmósfera de silencio y paz. Los ruidos de la capital peruana pasan a segundo plano y el Espíritu Santo fluye en el aire.

Recorrí el jardín en soledad y me detuve a orar entre las plantas. Lo hice con fe, recordando a una persona muy querida para mí que lleva el mismo nombre que esta santa.

Tips de Viajero

  • Si bien el Santuario está cerca de la zona más visitada de Lima, es probable que muchos turistas pasen por la puerta sin notar que están frente a él. Estén atentos, puede que piensen que es una más de las hermosas iglesias de la ciudad.
  • Los horarios de visita son escasos: por la mañana, desde las 10.00 hasta las 12.00; y por las tarde el jardín se abre a las 15.00 pero el templo recién a las 17.00 y cierra una hora más tarde.
  • No dejen de hacerse un tiempo para vivir la Paz que nos regala Santa Rosa de Lima en este predio.

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