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Buscando a Jesús

por Mons. Luis José Rueda Aparicio
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Hoy nos encontramos nuevamente con Cristo. En el corazón de Dios no hay extranjeros, en el corazón de Dios todos somos sus hijos verdaderos. 

Evangelio según San Mateo 15,21-28

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio».
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!».
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!».
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!». Y en ese momento su hija quedó curada.

Palabra de Dios.

Transcripción de La Voz del Pastor del 16 de agosto de 2020

Una mujer y Jesús se encuentran, es decir, una mujer encuentra a Jesús y con Él encuentra todo lo que necesita para su vida. El capítulo 15 de San Mateo nos cuenta que Jesús está en dos ciudades costeras que no son de Israel. Tiro y Sidón están allí junto al Mediterráneo. 

Jesús está con los discípulos visitando esta región y quiere pasar desapercibido, pero es que el señor Jesús nunca puede pasar desapercibido en ninguno de los pueblos del mundo, en ninguna de nuestras familias, no puede pasar desapercibido en nuestro corazón y seguramente nos sucede lo que le sucedió a esa mujer que le sale al camino a Jesús.

Hoy queremos salirle al camino a Jesús porque Él está caminando por nuestras casas, Él está caminando por nuestras calles, Él está caminando en nuestras ciudades, en nuestros campos y nosotros queremos ir hacia Él y vamos con nuestro problema. Ella va con un problema, es una mamá, una hija sufriendo y ella busca en Jesús la respuesta, la única respuesta a la respuesta más profunda, la respuesta salvadora. 

Jesús sigue avanzando y parece no atenderla, pero los discípulos alcanzan a oír el grito desde fuera. Los discípulos han avanzado espiritualmente, son capaces de descifrar el grito y el clamor de la mujer que viene gritando. Cuando nosotros damos el paso como los discípulos empezamos a valorar el grito, el clamor, la angustia de los que son distintos a nuestra familia, de los que no son paisanos de nuestro pueblo, de aquellos que pertenecen incluso a otra religión y somos capaces de atender ese sufrimiento, porque el sufrimiento de toda la humanidad, y en el corazón de Dios cabe toda la humanidad, no hay fronteras, no hay separaciones, no hay distinciones. Por eso Jesús termina atendiendo a esta mujer, pero ha ayudado a que los discípulos den ese paso y nosotros también necesitamos tomar el ritmo de Dios, abrir nuestro corazón, dejarnos tocar por el sufrimiento del otro para romper las fronteras, no geográficas sino las fronteras de nuestra indiferencia. 

Señor ayúdame le dice esta mujer a Jesús y él dialoga con ella. «No está bien que le echemos de comer lo que es para los hijos a los perritos» es una frase casi ofensiva. Y es que a los extranjeros en Israel los llamaban perros, los llamaban de otra raza por eso Él le dice casi con ternura no está bien echarle a los perritos lo que está para los hijos de Israel. Pero ella le dice también con ternura, sin amargura, sin entrar en conflicto, sin sentirse dañada ni herida: pero esas migajas que caen de la mesa me sirven a mí también y por eso Jesús termina diciendo, mujer qué grande es tu fe. 

Esa mujer es cada uno de nosotros buscando a Jesús. Esa mujer es su familia, su parroquia, es la humanidad entera queriendo encontrar en Jesús la salvación. Qué grande es tu fe. 

Que la fe de su familia y de cada uno de nosotros crezca en esta semana para que podamos vivir un encuentro salvador con el Señor aún en medio de nuestros sufrimientos. 

Que el Señor nos bendiga y acompañe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. 

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