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Presencia de Dios

por Card. Rubén Salazar Gómez
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Ojalá nosotros tuviéramos esa conciencia de que tenemos que dar permanentemente a luz a Cristo con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestro servicio, con nuestro amor.

Después de las fiestas de la Santísima Trinidad y del Corpus Christi(o el Santísimo cuerpo y sangre del Señor), volvemos al tiempo ordinario. Nosotros sabemos que el tiempo ordinario son aquellos domingos del año que no pertenecen ni a la Navidad, ni a la Pascua durante los cuales vamos nosotros meditando poco a poco cada uno de los misterios del ministerio de nuestro señor Jesucristo. Son domingos importantísimos porque podemos ahondar en el conocimiento de nuestro Señor, contemplarlo a Él, oírlo a Él, seguirlo a Él.

Lectura del santo Evangelio, según San Marcos 3,20-35.

En aquel tiempo volvió Jesús a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Unos letrados de Jerusalén decían:
 “Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”
 Él los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones:
“¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil, no puede subsistir; una familia dividida, no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
 “Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.”
 Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar.
 La gente que tenía sentada alrededor le dijo:
“Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”
 Les contestó:
 “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”
 Y paseando la mirada por el corro, dijo:
“Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”
Palabra de Dios

Transcripción la voz del pastor 10 de junio de 2018

Es un evangelio largo el de hoy que tiene muchos elementos muy importantes. Yo quisiera fijarme solamente en dos aspectos. El primero, al Señor los judíos lo acusan de que expulsa los demonios por el poder de los demonios, y el Señor les hace caer en cuenta de que eso es imposible. Qué si Él verdaderamente está destruyendo el mal, lo hace por la fuerza de Dios, la fuerza salvadora de Dios.
 
Esto nos tiene que llevar a que nosotros pensemos un poco como muchas veces no somos capaces de reconocer la acción salvadora de Dios en nuestras vidas. Muchas veces nosotros estamos metidos dentro de la vida diaria, dentro de las angustias, las preocupaciones, los problemas…como que nos dejamos llevar de tal manera por el mal, que no somos capaces de verdad de descubrir que Dios está en nosotros, que Dios actúa en nosotros, que Dios nos ilumina y nos fortalece. Y entonces impedimos que el Señor realmente actúe en nosotros.
 
Aún más podemos como cerrarnos a la acción de Dios, voltearle la espalda, decirle: “No me interesa que tú estés en mi vida, no me interesa lo que tú me dices, no me interesa en absoluto, sino que yo fabrico mi vida como a mí se me ocurre”. Eso es lo que el Señor llama allí el pecado contra el espíritu santo, es decir, es sacar definitivamente a Dios de la vida; es pedirle que no esté en el corazón, pedirle que no camine con nosotros porque queremos sencillamente irnos por nuestro su propio lado y de esa manera, entonces, tergiversamos totalmente el plan de salvación que Dios tiene para con nosotros
 
La primera reflexión, por lo tanto, nos lleva a que seamos conscientes de que tenemos que estar siempre muy atentos a la acción salvadora de Dios en nosotros. Descubrir los signos de su presencia en nuestra vida. El Señor nos ama, el Señor nos libra todos los días, el Señor está salvándonos, arrancándonos del pecado y de la muerte. Tenemos que reconocerlo y aceptarlo y aún más tenemos que secundar su acción en nosotros. Ese es el misterio de la libertad, a la cual el Señor nos invita: que le entreguemos nuestro corazón como respuesta a su acción salvadora en nosotros.
 
La segunda reflexión que quiero hacer hoy tiene que ver con el final del trozo del Evangelio que leíamos. El Señor dice que su madre y sus hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios. Miren ustedes qué hermoso pasaje es este. Al principio podríamos pensar en algún momento que entonces es común despreciar a su madre, la Virgen Santísima, y a sus hermanos de sangre. No, se trata sencillamente de indicarnos que con su palabra y con su muerte y resurrección, se da una nueva relación entre Dios y la humanidad. No solamente somos criaturas de Dios, sino que entramos a formar parte de la familia de Dios. Aún más es como si nosotros fuéramos la madre del Señor, en el sentido de que al aceptar al Señor en nuestro corazón y permitirnos Él como la fuerza de su espíritu seguirlo, vamos como engendrándolo permanentemente. Es decir, a medida que nosotros lo aceptamos en nuestro corazón y lo testimoniamos con nuestra vida, vamos haciendo posible que muchas personas caigan en la cuenta de la presencia salvadora de Dios, y por lo tanto abran su corazón para recibirla. Es como si “engendráramos a Cristo”, nuestro Señor, en el corazón de los demás y en el corazón del mundo.
 
Qué hermoso esto, ojalá nosotros tuviéramos esa conciencia de que tenemos que dar permanentemente a luz a Cristo con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestro servicio, con nuestro amor, para que el mundo verdaderamente tenga al Señor claramente presente en medio del mundo. Y también nos hace hermanos, hermanos de Él, y por lo tanto nos hace partícipes de su comunión y nos invita a que vivamos en comunión. Que la Iglesia sea siempre una escuela de fraternidad y de solidaridad, de tal manera que podamos cada domingo, llenándonos de su palabra y viviendo con Él la experiencia profunda del memorial de su muerte y de su resurrección, salir llenos de la fuerza de Cristo, nuestro Señor, para poder entregarlo al mundo y para poder vivir en fraternidad y solidaridad.
 
Pidamos al Señor ser siempre conscientes de su presencia en nosotros, secundar esa presencia con nuestra libertad y ser capaces, por lo tanto, de dar a luz a Cristo al mundo siendo verdaderamente hermanos los unos de los otros.
 
La bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre. Amén.

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