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Hay que tomárselo en serio… (I Domingo de Cuaresma)

por Elena Fernández Andrés
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Hace poco fui a visitar a un anciano religioso claretiano. Después de una vida religiosa de unos 70 años, el compartir fue un regalo.

En un momento dado, entramos en «profundidades espirituales». Y me animé a hacerle una pregunta: «desde tu experiencia espiritual, ¿qué me dirías para ayudarme a luchar contra el orgullo y la soberbia?»

Su respuesta me impactó. Sinceramente, esperaba las «típicas» respuestas, los «típicos» consejillos que se suelen decir en estos casos. Pero su respuesta fue bien clara. Bueno, realmente me contestó con una pregunta: «¿tú qué opinas del demonio y su falta de respeto absoluta a Dios?».

Me quedé a cuadros. Y la verdad es que tiene toda la razón del mundo. La soberbia y el orgullo son reflejo del acto de desobediencia del demonio hacia Dios. Y lo mismo podemos decir de todo lo demás: la pereza, la ira, la mentira, la gula, la vanidad… El maligno sabe muy bien por dónde tentarnos.

Cada uno tiene su «piedra de toque», aquella o aquellas que nos hacen caer… Es importante identificarlas, ponerles nombre, para poder enfrentarlas y presentarlas al Señor para que las sane y para que infunda la Gracia de su Santidad en cada una de ellas.

Y la Cuaresma, como tiempo fuerte, es un momento privilegiado para poner nombre a la tentación y enfrentarla. Hoy Jesús, en el Evangelio (Lucas 4, 1-13), nos da muy buenas claves para esto segundo. Os dejo tres, a la luz del Evangelio de hoy, por si os ayudan. Pero os invito a leerlo y dejar que Dios os muestre las claves para vuestra propia vida:

1. Responder con la Palabra de Dios. Y para poder hacerlo… hay que conocerla. La invitación de la Madre Iglesia a la oración durante este tiempo puede ser vivida con más tiempo orando la Escritura.

2. Poner a Dios en el centro de nuestra vida. Y con Él ahí, en el trono que le pertenece, todo lo demás de nuestra vida estará colocado en su lugar.

3. Aceptando la voluntad de Dios, que se manifiesta de los modos más insospechados y no siempre como la esperamos. Pero siempre, eso sí, como más nos ayuda aunque inicialmente no lo veamos.

Jesús ya ha vencido. Por ti y por mí. Agarrémonos a su victoria, a la firmeza de su Amor y Misericordia. Nosotros somos débiles, pero Él no. En Cristo se encuentra nuestra victoria. 

Canción: Firme
Autor: Miguel Horacio

Fuente: Nómadas del Espíritu 

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