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¿Se escribe ama o amá?

por Editor mdc
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El español se habla de diferentes maneras en distintos países pero la Palabra de Dios llega a todos los corazones. El desafío es encontrar maneras de evangelizar sin anular las diversidades culturales. 

Días atrás me compartieron un artículo en el que los editores de un renombrado medio de comunicación cuentan cómo lidian con las diferentes maneras en que su público hispanohablante nombra las mismas cosas. Por ejemplo, ante el mismo vehículo, unos ven un carro, otros, un coche y otros, un auto. 

Al leer la nota —bueno, más bien, al escuchar a mi celular leerla mientras yo conducía al trabajo— varias sonrisas se dibujaron en mi rostro. Seguramente, todos tenemos alguna historia divertida de una metida de pata provocada por el uso de un término incorrecto en una conversación con un hermano hispanoamericano o español.  

Por supuesto, los voluntarios de Misioneros Digitales Católicos no somos la excepción. ¿Podría ser de otra manera en un grupo formado por 43 personas de Argentina, una de Bolivia, dos de Colombia, una de Chile, dos de Ecuador, seis de El Salvador, cuatro de España, 14 de Guatemala, dos de Honduras, cinco de Paraguay, cuatro de Perú, una de Puerto Rico, dos de República Dominicana, una de Uruguay, tres de Estado Unidos y dos de Venezuela? 

En el grupo solemos tener debates sobre el empleo de las palabras que nos permiten ir deduciendo normas gramaticales. Establecimos, por caso, reglas de uso del “vos” y del “tú” que nos guían a la hora de publicar textos e imágenes con la meditación del Evangelio. 

En una oportunidad, se nos ocurrió consultar entre los voluntarios de qué forma se indica en cada país que algo es muy bueno. Las respuestas fueron de lo más variadas: los argentinos dicen “de diez”; los guatemaltecos, “nítido”; los colombianos, “muy óptimo”; los uruguayos, “está D+”; los paraguayos, “es lo más”; los peruanos “muy bacán”; los hondureños, “está macizo”; los salvadoreños, “chivo”; los venezolanos, “chévere”; los costarricenses, “pura vida”; los puertorriqueños, “está pasao”  y los españoles “guay”.

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Sin embargo, lo llamativo es que al Amor de los amores en todos lados le conocemos por el mismo nombre: Jesús. Si a ese amor eterno lo expresas —o lo expresás— con un abrazo fraterno y sincero, no hacen falta palabras para entenderlo. La compasión, la misericordia y la alegría inspiradas por Dios trascienden todo tipo de fronteras.

A los hispanohablantes nos une el Espíritu, somos una Patria Grande. Será por eso que los mismos apasionados que gritan “goooool” en canchas de fútbol cuando la pelota entra en arcos rivales son los que unen sus fuerzas para pedir paz para una nación vecina en la que se derrama sangre todos los días. Son los que lloran cuando ven por las noticias que hermanos marineros no vuelven a casa. Son los que brindan una mano cuando un huracán devasta ciudades enteras. Son los que tiemblan cuando lo hace una región del continente. Es que somos familia. 

Asimismo, los católicos de este lado del mundo nos reconocemos como hijos de una misma madre, aunque la llamemos de distintas maneras. Rezamos con idéntica confianza a Nuestra Señora de Coromoto, de Chiquinquirá, de Guadalupe, de Luján, del Rosario, de la Asunción, de Altagracia, del Pilar y a tantas otras advocaciones. Los que nos encomendamos a María somos los que al unísono elevamos la voz al cielo con un “amén” el 13 de marzo de 2013, tras escuchar decir a un cardenal: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam…. Qui sibi nomen imposuit: Franciscum”

La base de nuestra comunión  

En el artículo periodístico se señala que el equipo editorial suele investigar qué términos conviene utilizar para transmitir tal o cual mensaje a millones de lectores oriundos de 22 países. El fin es comunicar de manera eficiente y familiar lo que se quiere decir. Esa tarea, que demanda tiempo y esfuerzo, es similar a la que estamos llamados a hacer si seguimos la propuesta del Santo Padre de ser una Iglesia cercana y en salida. 

Compartir la Palabra de Dios con quienes piensan y hablan distinto que nosotros no implica dejar de lado las diferencias. Al contrario, se trata de animarnos a enriquecernos mutuamente. Como manifestaron los obispos que firmaron el documento final de la Conferencia de Aparecida en 2007, debemos usar esa chispa, esa luz que Dios nos regaló a los latinoamericanos y que corre por nuestra sangre, para que las diversidades sean la base de nuestra comunión. 

Se trata de vivir la cultura del encuentro de la que tanto habla el Papa Francisco. No en vano, cuando visitó Perú en enero de 2018 felicitó a los obispos de la Iglesia amazónica peruana y a los jóvenes de pueblos originarios por la educación intercultural y bilingüe que allí se lleva adelante. En sintonía, en el Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2019 valoró que “un Pentecostés renovado abre las puertas de la Iglesia para que ninguna cultura permanezca cerrada en sí misma y ningún pueblo se quede aislado”.

En cuanto a si es correcto escribir ama o amá, la respuesta depende de circunstancias y entornos concretos. De lo que no hay dudas es de que la clave, en todo tiempo y lugar, es el Amor. Amen, pues, con y sin tilde. Que así sea.

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