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Acaba el año y me lleno de nostalgia. ¿Soy agradecido con Dios?

por Pbro. Carlos Padilla E.
nostalgia-agradecimiento

Acaba el año y me lleno de nostalgia. El corazón mira a Dios agradecido.

Me gusta mirar la actitud de los pastores en Belén: «Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho». Muestran con sencillez su corazón agradecido. Han visto a Dios. Lo han tocado. La señal era verdad. Han creído en un niño envuelto en pañales. Esa señal bastaba para creer. Me gustaría mirar siempre así la vida. Agradecer y adorar por todo lo que recibo. Alabar y arrodillarme sobrecogido ante Dios, cuando me siento indigno. Mirar como un niño la vida. Asombrado, conmovido. Sentir que todo lo que tengo es un don inmenso, un regalo inmerecido. No tengo derecho a nada. Quisiera mirar así mi propia vida. Como María en Belén: «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Quiero mirar mi vida y dar gracias. Meditar todo lo que me sucede en mi corazón. Hay tantos regalos ocultos en el camino. Muchas veces paso rápido por la vida. Paso con prisa por encima de todas las cosas que me suceden. Veo a tantas personas. Digo tantas cosas. Escucho tantas otras. Pero no me detengo en lo que me pasa. Salto de una experiencia profunda a otra. Y de repente me detengo en lo que me falta. En lo que me gustaría poseer. En lo que no me ha ocurrido. Y dejo de agradecerle a Dios por lo que me ha dado. Necesito ser más niño, más como los pastores en Belén, más como María meditándolo todo en su corazón. Por eso ahora, al acabar el año, me detengo a dar gracias. ¿Cuáles han sido los momentos sagrados que quiero agradecer de forma especial? Pienso en personas, en lugares, en encuentros. Pienso en lo cotidiano de la vida donde Dios me ha hablado de manera concreta. Observo las decisiones que he tomado. Las acertadas y las equivocadas. Miro las novedades de este año que termina. Me atrevo a mirar también las cruces, los dolores, las pérdidas, las enfermedades, las ausencias, los fracasos, las derrotas. Me duele mucho. Pero miro esos dolores que me impiden agradecer. A veces pienso, ¿cómo puedo agradecer por aquello que me ha dolido tanto? El corazón no puede. Se resiste. No perdono a Dios. No perdono a los que me han herido. Me cuesta. Sé que no puedo agradecer si Dios no lo hace en mí. Si no llega con su fuego y me hace capaz de agradecer también por la cruz, por lo que no deseaba que ocurriera y ocurrió. Por lo que me toca vivir ahora, aunque no lo quiera. Para ser agradecido tengo que ser muy pobre. Porque el que es pobre de espíritu, no exige y sólo puede agradecer. Y siente que no tiene derecho a nada. El otro día leía sobre S. Ignacio: «Hay otra pobreza que uno abraza. Tiene algo de libertad en cuanto te permite no vivir encadenado. Mucho de búsqueda de lo esencial, en cuanto educa la mirada, la vida y el corazón. Es la pobreza de quien, agradecido, no exige. Tiene que ver con el seguimiento de Jesús, un Jesús que también fue pobre y se rodeó de gente sencilla»1. Cuando soy pobre agradezco con más facilidad. Sigo a Jesús pobre y miro mi año con un corazón sencillo. Todo es gracia. Todo es don. No tengo derecho a nada. Mirar así me libera de mis cadenas, de mis exigencias, de mis críticas y condenas. Me hace más dócil y positivo ante la vida. Me hace más alegre y agradecido. Sé que lo que más me sana por dentro es ser positivo y ver lo bueno de todo lo que me pasa. Cuando dejo de reclamar empiezo a agradecer. Cuando deja de molestarme que las cosas sean como son hoy, comienzo a dar gracias por ellas.

Me detengo ante el nuevo año que inicio con la bendición de Dios

«El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré». Esta bendición me levanta al comenzar este nuevo año. Lo miro con optimismo. Lo miro con alegría. Miro a María que viene a mí a sostener mi vida. Ella me ayuda a crear un mundo nuevo. Es Reina de la paz. Me enseña a vivir con paz. En palabras del P. Kentenich: «Regresen a sus casas con la firme convicción de que María nos quiere utilizar como instrumentos para generar un mundo nuevo, para guiar a la Iglesia a la ribera novísima de los tiempos. Porque a ella, la Madre, le debemos que, a pesar de continuos fracasos, hayamos tenido siempre el coraje de volver a aspirar a las cumbres»2. De la mano de María soy capaz de mirar más alto. Veo las cumbres y los altos ideales que encienden mi alma. Quiero que Ella me ayude a pasar por alto las pequeñeces fijándome en lo realmente importante. Hoy me detengo ante María. Me arrodillo en el Santuario al comenzar un nuevo año. Tengo miedos. Seguro que muchas incertidumbres. Tal vez dolores y quizás por eso pienso que quiero que sea mejor el próximo año que el pasado. Porque me duele el alma. Por la pérdida. Por la enfermedad. Por el fracaso. Pero al mismo tiempo noto la mirada de Dios sobre mi vida, la mirada de María. Me sostienen, me levantan, me bendicen. Lo vuelven a hacer. Vuelven a creer en mí después de tantas decepciones. Recuerdo cómo comencé el año que ha terminado lleno de buenas intenciones y sabios propósitos. He visto cómo he dejado de lado aquello que al comienzo del año se había convertido en necesario. ¿Por qué fallo tanto en lo que me propongo? Los propósitos fallidos me desaniman. Leía hace poco: «Me contó: – Es que parece que con el año nuevo todo el mundo tiene proyectos, enero es el mes de los propósitos y luego pasa lo que pasa. Entre bromas quedamos que para ayudarles íbamos a establecer febrero como el mes de la constancia, marzo el de la renovación de los propósitos, abril el de la continuidad, mayo el de la actualización de las intenciones y junio el de la tenacidad. Así por lo menos llegaríamos hasta el verano»3. Esa mentalidad me parece más positiva. Por eso lo vuelvo a intentar ahora. Y lo miro así: «El inicio del éxito de cualquier propósito es saber que en realidad podemos. El hecho de vivir hace que el acierto y la felicidad, sean posibles»4. Me motiva pensar que yo puedo hacerlo si lo que deseo lo emprendo con un corazón abierto y valiente. Una persona rezaba: «A veces hago propósitos partiendo de lo que soy o de cómo estoy. Y de repente surgen estos sentimientos de desánimo que me desmontan mi plan de acción. Y me desmorono. Lo peor es que no sé si son las dificultades propias del camino, o eres Tú que me tocas el alma, para que cambie ese camino, ese plan, y aprenda a abandonarme de otra forma. En ello estoy, Señor. Me quedo aquí contigo. Alegre. Intentando hacerlo bien. Intentando dejarme llenar de ti. Siguiendo mis propósitos de entrega en concreto. Atenta a los síntomas de orgullo que tu espíritu me muestre». Dios me bendice. María me alienta con su mirada que no desvía de mi alma. No quiero que sea como todos los años. Aunque sé que soy débil y el ideal está más lejos que lo que alcanzo a realizar. Lo pienso de nuevo. Pienso en lo que quiero, en lo que sueño. Sí quiero proponerme ser más santo, más de Dios, más humano, más misericordioso. Sí quiero ser más libre, más auténtico, menos crítico, más positivo, menos quejumbroso. Sí quiero salir de mí mismo, de mis miedos y manías. Sí quiero vencer el pesimismo y abrirme a lo nuevo con un corazón de niño. Sí quiero tener más coraje, porque creo que es una virtud que escasea y quiero ser valiente. No quiero desanimarme ante la primera dificultad. Sí quiero saber que la vida me la da Dios para que la aproveche, siendo feliz y haciendo felices a otros. Pero de nuevo, a medida que enumero mi lista de buenas intenciones, me parece todo demasiado vago y general. ¿No me pasará de nuevo lo mismo al llegar diciembre? ¿No pensaré que sigo siendo el mismo, igual de mediocre, de tibio y poco santo? No lo sé. No quiero adoptar una postura negativa ante el futuro. Es verdad que mis miedos al mirar el futuro me hacen temer lo peor. Pero yo creo que puedo hacer las cosas nuevas. Día a día. Sin prisas. Pero siempre con Dios. Con sus manos. Con su poder. Aunque mi dolor sea el de siempre. Y mi mediocridad conocida. No pienso en propósitos típicos, como adelgazar, hacer más deporte, o leer más libros. Eso me parece un poco más de lo mismo. Pienso en algo que sea realmente importante. ¿Cuál es mi prioridad para este nuevo año? ¿Qué acento pongo? ¡Cuántas páginas en blanco para que yo las escriba! Dios y yo. Tantas horas, días y meses. Todo dispuesto para volver a empezar. Pienso en lo que deseo, en lo que quiero. Me pongo manos a la obra. Vivo en Dios.

1 José María Rodríguez Olaizola, Ignacio de Loyola, nunca solo
2 Christian Feldmann, Rebelde de Dios
3 Carlos Chiclana, Atrapados por el sexo
4 Fernando Alberca de Castro, Todo lo que sucede importa: 163

 

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