Quedé impactado al leer la frase del director técnico de Boca Juniors, Gustavo Alfaro, luego del superclásico disputado el martes 22, en el que River Plate obtuvo la clasificación a la final de la Copa Libertadores, al derrotar en semifinales a su histórico rival. Atento a la tristeza que por estas horas tienen muchos de los que vayan a leer estas líneas, aclaro que no es una cargada –una broma-, sino una reflexión de verdad.
Ser técnico de Boca Juniors debe ser uno de las cuatro o cinco metas más altas que puede tener en su mente un técnico argentino. Más allá del éxito o no tanto, Alfaro nos deja entrever algo más, algo grave, grande y profundo: hay vida más allá del trabajo, más allá del éxito, más allá de los medios y de las redes, más allá de la exposición continua.
Sus palabras -dichas, para mí, casi con alivio, como una suerte de «acto fallido» y a la vez liberadoras- pueden ser importantes en estos tiempos en que vivimos, donde también nosotros -que no dirigimos a Boca ni somos famosos- corremos el tiempo de «perder la vida».
La podemos perder por trabajar en exceso olvidando las cosas esenciales. La podemos perder por cultivar la imagen y quedarnos huecos por dentro. La podemos perder poniéndonos metas que terminan destruyéndonos. La podemos perder olvidándonos que no vinimos a este mundo a ser exitosos, sino a amar, a cumplir una misión, y alcanzar el Cielo.
Todo y nada
Podemos perder la vida también queriendo ocuparnos de todo y acabando sin ocuparnos de nada; atendiendo las múltiples situaciones políticas y eclesiales -a lo largo y a lo ancho del continente y del mundo- y distrayéndonos de nuestra propia casa o parroquia.
Podemos perder la vida, queridos amigos –especialmente los argentinos-, embarcándonos en una manera de fanatizarnos de tal modo por la política, que nos situemos en un mundo paralelo e irreal. Un mundo de amigos y enemigos. Un mundo donde nos puede tocar ganar o perder -de acuerdo al año- pero donde casi seguro perderemos tiempo, alegría, amistades, familia, paz interior.
Queda claro que yo no digo que debamos «encerrarnos en una burbuja» y desentendernos de todo, y menos si se es una persona laica.
Soñá; trabajá; proyectá; ponete metas; luchá por tus sueños; intentá llegar alto. Dejate conmover por todo lo que ocurre lejos y cerca. Viví plenamente tu pertenencia a este país y a este planeta. Claro que sí.
Pero tené cuidado de que no te pase lo que le pasó a Alfaro, y que te des cuenta -de pronto- que estás perdiendo lo más importante, o lo único importante.
Afortunadamente, los que creemos en Jesús tenemos la posibilidad de «recuperar nuestra vida» y nuestra «Vida», siempre que lo necesitemos. Porque Él «hace nuevas todas las cosas».