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Testamento vital

por Mons. José Ignacio Munilla
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Alguien dijo que es mejor encender una luz que desgastar nuestras fuerzas maldiciendo las tinieblas. Y, exactamente, esto es lo que la Iglesia Católica ha decido hacer, tras la entrada en vigor de la Ley de eutanasia en España el 25 de junio.

Este domingo 27 de junio iniciamos una campaña invitando a los fieles católicos, así como a cuantos creen que toda situación de sufrimiento, aunque no pueda ser “curada”, siempre puede ser “acompañada” y “cuidada”, a realizar su Testamento Vital (técnicamente denominado “Declaración de instrucciones previas y voluntades anticipadas”), tal y como la legislación en vigor lo posibilita.
La Conferencia Episcopal Española ha elaborado y ofrece un texto modelo para la Declaración, en el que básicamente se manifiestan tres opciones libremente expresadas:
1.- Nuestra voluntad de que no nos sea aplicada en ningún caso la eutanasia o el suicidio asistido.
2.- La petición de que se nos apliquen los cuidados paliativos necesarios para una muerte digna, con el debido acompañamiento familiar y profesional.
3.- Nuestro deseo de recibir ayuda espiritual en los últimos momentos de nuestra vida, incluyendo la presencia de un sacerdote católico para administrarnos los sacramentos.
Es importante reseñar que esta Declaración no solo quedará archivada en el pertinente registro del Gobierno Vasco, sino que además estará accesible en el historial clínico de cada paciente. Es decir, que en una situación de emergencia, los servicios sanitarios podrán consultar de forma telemática las “Voluntades Anticipadas” en el historial clínico de cada uno de nosotros. Por lo tanto, más allá de manifestar nuestro posicionamiento favorable a los cuidados paliativos y contrario a la eutanasia, este Testamento Vital será también de gran ayuda para facilitar el acompañamiento espiritual al paciente, si este lo desea.
De cara a difundir esta campaña que nos disponemos a poner en marcha, hemos consensuado con la Consejería de Sanidad del Gobierno Vasco la forma más sencilla de realizar nuestra “Declaración de instrucciones previas y voluntades anticipadas”. En todas las parroquias se pondrán a disposición de los interesados los formularios necesarios, y al mismo tiempo se orientará sobre la forma más práctica de cumplimentarlos y entregarlos. Obviamente, existe la posibilidad de que en el futuro cada uno modifique o matice su primera Declaración, al igual que ocurre con el testamento que realizamos ante notario.
La entrada en vigor de la Ley de eutanasia es un paso de previsible trascendencia para el futuro de nuestra sociedad, ya que quiebra el paradigma con el que el ser humano ha afrontado hasta ahora el momento de su muerte. Hoy sabemos cuál es el punto de partida en la aplicación de esta ley, aunque en realidad desconocemos la previsible evolución que irá teniendo en los próximos años. ¿Alguno puede dudar de que una vez legalizada la eutanasia, la pendiente resbaladiza será cada vez más empinada, tal y como ha sucedido en los países que optaron por este camino? Aunque ahora se nos diga que la eutanasia es una propuesta de libre elección, es obvio que la mera existencia de esta “puerta de salida”, se ha de traducir en la práctica en una sutil y tenaz presión sobre los más dependientes para que «decidan» quitarse de en medio… La Ley de eutanasia se pone en marcha bajo el paradigma de la aspiración a la plena autodeterminación del hombre moderno, pero a corto-medio plazo veremos cómo se convierte en un recurso para la eliminación de quienes resultan una carga. ¡Es una broma macabra que se nos ofrezca el derecho al suicidio como un avance social!
Por otra parte, ¿qué autoridad moral puede tener una sociedad para luchar contra la desgracia del suicidio, cuando al mismo tiempo reivindica el supuesto derecho al suicidio asistido? ¿Habremos de decir en adelante que hay suicidios buenos y suicidios malos? El suicidio asistido, lejos de ser un avance social, es el fracaso de una sociedad incapaz de acompañar en el sufrimiento. En realidad, ni la muerte es un derecho, ni la petición de suicidio es un acto libre, ni la ayuda al suicidio es un signo de empatía, ni la eutanasia es un acto médico… ¡La verdadera solidaridad apuesta por la vida, no por la muerte!
En consecuencia, creemos que en este momento histórico estamos llamados a encender una luz con la que testimoniemos que existe esperanza para abordar con dignidad el momento de nuestra muerte. Es algo clave, porque si la muerte no tiene sentido, ¿qué sentido tiene entonces la vida? Por cierto, no olvidemos que continuamos celebrando el Año de San José, a quien invocamos como “patrono de la buena muerte”. A él le pedimos que asista a tantas personas que sufren el zarpazo de la pérdida de sus seres queridos, a quienes padecen una enfermedad grave, o a quienes les acompañan, para que experimenten el Evangelio como Testamento de Vida.

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