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Porque con la oración hasta el cielo no paramos

por Editor mdc
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Hoy, a las 21.30 (hora argentina) en nuestro canal de YouTube y en nuestro perfil de Instagram vamos a hablar un rato de la oración, que es nuestro encuentro íntimo con Dios.

En este peregrinaje hacia el cielo la oración es nuestro encuentro más íntimo con Dios. Es nuestro diálogo con la persona más importante, con el Señor de Señores y Rey de Reyes (1 Tim 6, 3) . En toda conversación hay un momento en el que hablamos y otro en el que escuchamos, y en este caso no es la excepción. Debemos hacer silencio interior para escuchar su voz, en el silencio Dios comunica, es una Palabra viva, una única palabra por medio de la cual crea las cosas, y nosotros creemos (Hb 11, 3).

Debemos navegar mar adentro en lo profundo de nuestro interior para encontrarnos con Dios. El problema radica en que, acostumbrados a estar aturdidos con tanto ruido, nos cuesta escuchar. No sabemos estar en silencio, nos da miedo encontrarnos con nosotros mismos. ¿Qué nos sucede? ¿Acaso nos da miedo el silencio? Hermano, no tengas miedo de encontrarte en tu interior porque lejos de caer, el Señor con su gracia nos eleva a su presencia (Hch 13,16).

Para comenzar debo tomar conciencia ante quién estoy y disponer todo mi ser, incluso mi cuerpo, porque con nuestro cuerpo también oramos, al juntar las manos y tenerlas apoyadas, ellas nos traen al aquí y ahora. Dejo fuera toda distracción e intento no pensar en nada -y si me fui, vuelvo (Lc 5,16). Parece algo simple lo que acabo de decir pero a menudo nos cuesta muchísimo llevarlo a la práctica.

¿Realmente tomamos conciencia de las palabras que decimos y los gestos que hacemos al rezar o la señal de la cruz surge como en piloto automático? ¿Será que nos volvimos perezosos para orar? Es que para hablar sinceramente con Dios debemos salir de la corrida y el apuro al que estamos sumidos en nuestro día a día, salir de la automatización y recuperar el signo (Mt 6,6-7).

¿Qué es la oración para vos? ¿Creés en el poder y la fuerza de la oración? Pareciera que hoy en día no hubiera tiempo para orar, estamos tan ocupados con tantas cosas que no nos hacemos un espacio para Jesús; y, si lo hacemos, vamos como el correcaminos, a mil por hora. Dios nos llama a cada uno por su nombre. Sí, a nosotros que somos pecadores, nos invita a charlar con Él desde nuestras luces y sombras (1 Samuel 3, 10).

Pero, ¿cómo orar? La Biblia relata cómo los mismos apóstoles le pidieron al Maestro que les enseñe a orar, y Jesús responde (Lc 11, 1-4). Él, que es Dios, nos enseña con su ejemplo. Las Sagradas Escrituras narran que Jesús se retiraba a un lugar solitario para orar (Lc 6,12). Incluso podemos ver que nuestro Señor le dice a los discípulos dormidos: “¿Con que no habéis podido velar una hora conmigo?” (Mateo 26,40). La pregunta nos sacude el alma y nos lleva a reflexionar: ¿Cuánto tiempo le dedico a la oración? ¿Estoy concentrado en Dios cuando oro?

Ya sea que recemos repitiendo una plegaria, con salmos o himnos, meditando las Sagradas Escrituras o haciendo oración contemplativa, el Espíritu Santo nos transforma (Lc 9,28-29). Cambia nuestras vidas, rompe nuestras cadenas, abre las puertas y nos sostiene en los momentos difíciles (Hch 16,25-34). Nos lleva a encontrarnos con nuestro Señor de la Historia y de todos los tiempos (Lc 11, 9-13).

Nuestra Madre también está. Ella, que guarda todo en su corazón, intercede por nuestras necesidades como lo hizo hace dos mil años en las bodas de Caná (Jn 2, 1-11). Con su amor maternal nos abraza en cada oración que le dirigimos. Lo interesante que en muchos casos, cuando oramos y sentimos que Dios no nos escucha, recurrimos a María. Ella es el camino firme a Jesús porque, a fin de cuentas, ¿qué hijo no escucharía a su Madre?

Otro aspecto a meditar es si oramos sólo cuando estamos desesperados, en una situación difícil, o somos agradecidos y también hacemos partícipes a Dios en nuestras alegrías. Animate a tomar conciencia del valor de cada palabra que expresás al Cielo y viví la oración de corazón. Ojalá que tu propia vida sea una oración (Lc 18, 1-14).

“El que tenga ojos para ver que vea y el que tenga oídos para oír que oiga”, dice el Señor (Mt 13,9-16). Estar en comunión constante con Dios a través de la oración es como respirar, uno reza todo el tiempo. Se siente gozo, plenitud, paz, serenidad. Cuando tenés una mochila pesada y se la entregás a Dios, tu carga se aliviana (Gn.25,21).

La oración tiene poder y fuerza y más aún cuando lo hacés con tu comunidad. No importa lo que digas, basta que salga de tu corazón (2 Crónicas 7,15). Por eso, con la oración, hasta el cielo no paramos.

Autor: Una voluntaria que hasta el cielo no quiere parar

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