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Porque con la Santa Misa hasta el cielo no paramos

por Editor mdc
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Para iniciar el año me parece apropiado meditar el misterio de fe que celebramos cada domingo, valorar lo que vivimos en cada celebración eucarística (CIC 1130, 1323). Hermano, tú que vas a Misa, ¿qué significa la celebración para ti? ¿Por qué vas? ¿Eres consciente del milagro que acontece? (CIC 1333).

La Misa es un espacio de encuentro familiar en el que contamos con la presencia real y viva de Jesús. Es un pedacito de cielo en la tierra, es el milagro de amor más grande que Dios nos pudo haber dejado. Ahora bien, por lo general, ni siquiera nos preparamos debidamente para ese momento (CIC 1346). Vamos a las corridas, a veces llegamos tarde y, en más de una ocasión, nos distraemos y no vivimos la Misa con un corazón dispuesto. Por eso, con este artículo queremos acercarte el sentido de algunas prácticas propias de toda celebración eucarística para que de ahora en más les prestes especial atención. 

Momentos

Al entrar al templo deberíamos hacerlo en silencio, con piedad y respeto, y con el celular configurado para que no moleste. Se trata de la casa de Dios y tenemos que prepararnos para lo que vamos a vivir (CIC 751). Nuestra vestimenta debe ser alegre y modesta ya que para los católicos cada domingo es un día de fiesta, es el día del Señor y tenemos la oportunidad de estar delante de Él (CIC 2174).

Como si fuera otro Cristo (CIC 1348), al inicio el sacerdote besa el altar y nos dice «la paz esté con ustedes» (Lc 24,36-51). Nos hacemos la Señal de la Cruz invocando a la Santísima Trinidad, dando honor y alabanza. Rogamos que venga en nuestra ayuda (CIC 234). 

Al reconocer nuestros pecados, hacemos una pausa y desde el fondo de nuestra alma pedimos perdón de corazón por nuestras faltas de amor, por el bien que omitimos y por el mal que hicimos, dijimos o pensamos. Si bien no reemplaza a la confesión, en ese momento estamos invitados a arrepentirnos y prepararnos para recibir a Jesús (1° Jn 1, 7-10). 

Cabe mencionar que la Santa Misa no es para llegar a último momento, ni para ponerme en juez de nadie o mirar lo que hace el otro. Debo dejar todo para recibir a Jesús con una mente y un corazón abierto y vivirlo con toda mi alma (CIC 1358). 

Por otro lado, en el Gloria rezamos como criaturas, como hijos de Dios. Decimos fuerte “Gloria a la Santísima Trinidad” en acción de gracias por todas las bendiciones que recibimos (Lc 2,14).

En cuanto a las lecturas y de la Homilía hay que escucharlas con la certeza de que, como dicen, «la Palabra de Dios no vuelve sin dar fruto». Debemos estar atentos para que penetre en nuestro interior la Palabra Viva. Al meditar la Biblia siempre algo nos queda, ya sea una frase o una oración. Dios mismo se hace presente por medio de su Palabra y nos da vida eterna. En esta parte de la Misa debemos aprender y vivir en carne propia lo que dice, si lo ponemos en práctica nos trae paz y felicidad (CIC 1349). 

En el Ofertorio se presentan las ofrendas de pan y vino que luego se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Además, es el momento de pedirle a Dios por nosotros, por nuestros seres queridos, por la paz en el mundo, por nuestro país (CIC 1350). Uno también puede hablar con el Señor sobre el trabajo, la salud, las alegrías, las tristezas. Es brindar lo que soy, lo que puedo, lo que tengo, lo poco que puedo dar unido al amor del Padre y a la Pasión redentora de Jesucristo. ¿Qué tienes para ofrecerle a Dios? Lo que sea, que sea de corazón.  (Lc 21,1-4).

Inmediatamente después nos preparamos para la Consagración y decimos: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos (Is 6,3) llenos están los cielos y la tierra de vuestra gloria, hosanna en el cielo bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en el cielo” (Mt 21,9). Es una forma de adorar al Señor por su gran amor y darle gracias por hacerse presente y permanecer entre nosotros. 

En el momento de la Consagración el Espíritu Santo desciende y el sacerdote repite las palabras de la Última Cena (Lc 22,8-27). Jesús mismo se hace presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. (CIC 1375). El cáliz es elevado en referencia a la Pasión de Jesús, al momento en el que murió en la Cruz y derramó su sangre por nosotros (Jn 19,25-40). Mientras estás de rodillas, animate a abandonar todo en el altar del Señor, confía en Él y déjalo actuar. Nuestra actitud debe ser la que adoptaron Nuestra Santísima Madre, San Juan o las mujeres piadosas. 

A su vez, al rezar el Padre Nuestro debemos ser conscientes de cada frase que decimos (CIC 2857). Por ejemplo, si nos cuesta mucho perdonar, conviene pedirle a Dios esa gracia al repetir «perdona nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden» (CIC 2862). Recordemos que es la oración que Jesús mismo nos enseñó (Mt 6,9-15). 

Al darnos la paz debemos tener presentes a  los que nos hicieron daño, a los que nosotros les hicimos daño -no solo en el presente, sino a lo largo de toda la vida. Cuando deseemos la paz a quien está al lado, recibámosla de vuelta con corazones limpios (Mt 5,9;22-24).

Luego el sacerdote se prepara para la comunión. Pone un pedacito de pan en el cáliz, lo que remite a la resurrección (1 Cor 15,12-22), ya que el cuerpo no puede vivir sin la sangre. Luego eleva la Hostia y nos dice: «Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo..»  (Jn 1,29). Busca que la comunidad vea a su Dios. Es hora de adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

En la fila para comulgar, mientras espero mi turno, suelo pedir por el  sacerdote, ya que ellos también necesitan nuestras oraciones. Ruego que Dios le dé su paz, lo proteja y lo acompañe en todo instante. Al recibir a Jesús, es momento de escucharlo, de decirle que lo amamos, de darle gracias, de glorificarlo, de hacer una oración confiada (CIC 1380).  Como me dijeron una vez, «en cada Santa Misa se celebra la fe en Jesús resucitado presente en la Eucaristía, no hables con nadie sino solamente con Él, Dios está en tu corazón» (Jn 6,51). Basta con una jaculatoria simple pero sentida, como: “Jesús te amo y te doy el poco amor que puedo dar” (CIC 1391).

Finalmente recibimos la bendición que el sacerdote da en nombre de la Santísima Trinidad. Tras recibirla con devoción, no salgas a la carrera, conversá con Dios, hacelo parte de tu vida.

En cada Misa nos reunimos en el altar para pedir y agradecer, para estar con Él (CIC 1408). Por la fe vivimos lo que creemos y luego nos toca glorificarlo con nuestras vidas, llevar a Cristo a todos lados (CIC 1332). 

Por eso, con la Misa hasta el cielo no paramos. 

Autor: una voluntaria que hasta el cielo no quiere parar.

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