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Dos corazones en el Corazón de Cristo (5ª parte)

por Elena Fernández Andrés
Coro del convento de la Visitación de Paray-le-Monial donde el Sagrado Corazón se apareció a Santa Margarita

Foto: Coro del convento de la Visitación de Paray-le-Monial 
donde el Sagrado Corazón se apareció a Santa Margarita

 

Margarita María

Margarita María tiene 6 años menos que Claudio. Es la número cuatro de seis hijos: los tres primeros varones, las tres últimas mujeres. Pero pronto queda como hija única la morir sus dos hermanas pequeñas.

Un día, celebrando misa, se le ocurrió decir después de la elevación: «¡Oh Dios mío! Os consagro mi pureza y hago voto de castidad perpetua». Cuando dice esto, no tiene más de seis o siete años. Ella misma en la autobiografía que le mandó escribir Claudio, lo comenta así:

«Yo no comprendía lo que había hecho, ni siquiera sabía lo que significaba la palabra voto, ni tampoco lo que significaba castidad».

En realidad solo comprende lo esencial: que quiere ser toda de Dios. Años más tarde el Señor se lo explicará:

«Te he escogido por esposa mía y nos hemos prometido fidelidad cuando me hiciste el voto de castidad. Era yo mismo quien te empujaba a hacerlo antes de que el mundo pudiera tener parte alguna en tu corazón; pues yo lo quería todo puro, y sin mancha de afectos terrenos, y para que se conservara así quité toda malicia a tu voluntad para que no pudiera corromperlo. Y luego te confié a los cuidados de mi santa Madre, para que te modelara según mis designios».

Tiene ocho años cuando muere su padre. A partir de entonces su vida -y la de su madre- se convierte en un suplicio. Va a llevar una vida de cenicienta. La casa queda invadida por sus parientes, todos campesinos analfabetos, duros y hasta groseros, que le niegan hasta lo más necesario. Ni siquiera la dejan ir a la iglesia. Pero sus grandes amigos son los pobres:

«Me dio el Señor un amor tan tierno a los pobres que me hubiera gustado tratar solo con ellos; y suscitaba en mí una compasión tan tierna de su miseria que, si de mí hubiera dependido, me hubiera quedado sin nada por ellos. Cuando tenía algún dinero se lo daba a los niños pobres para que vinieran conmigo a aprender el catecismo y a rezar».

En estas condiciones, Margarita María enfermó gravemente. Angustiada, su madre la consagra a María y se cura. Poco después es su madre quien cae gravemente enferma y le toca a ella cuidarla, pues nadie la ayuda y todo en la casa está cerrado a llave. No tiene más remedio que pedir limosna. 

A los 18 años quieren casarla. Su madre le suplica que lo haga: le parece una manera de salir de la miseria. Es bonita y alegre, y puede ser un buen partido. Después de dos años de lucha está a punto de ceder. El que no cede es el Señor:

«Debes saber que si me haces este desprecio te abandonaré para siempre; pero si me eres fiel, no te dejaré jamás, y saldrás victoriosa de todos tus enemigos. Excuso tu ignorancia porque todavía no me conoces; pero si eres fiel y me sigues, te enseñaré a conocerme y me manifestaré a ti».

No cede y le dice a todo el mundo que quiere ser religiosa. Se sale por fin con la suya y la dejan entrar en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial. Una voz interior le había dicho: «Es aquí donde te quiero». El 20 de junio de 1671 llamaba a la puerta del claustro. Paradójicamente le costó mucho dar este paso tan deseado: «Confieso que en el momento de entrar -era un sábado- me asaltaron todas las penas del mundo, tan violentamente que me parecía que mi espíritu iba a separarse de mi cuerpo» (Autobiografía, 35). Pero pronto el gozo volvió a habitarla.

Canción: De qué me vale
Autor: P. Edward Gilbert

Fuente: Nómadas del Espíritu 

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