¿Se puede aprender sobre la misericordia leyendo una novela? En esta segunda entrega sobre la magna obra de Cervantes, el autor de estas líneas nos muestra por qué las andanzas del hidalgo caballero bien pueden servir a ese fin.
El Quijote es la historia de Alonso Quijano, un hidalgo de casi cincuenta años, quien se obsesiona por la lectura de novelas de caballerías, se vuelve loco y motivado por el amor de su dama, el aumento de su honra, el servicio de su república y el deshacer agravios, decide hacerse caballero andante y llamarse don Quijote de la Mancha, para andar por el mundo, acompañado por su leal escudero, Sancho Panza, en busca de aventuras en pro de los menesterosos.
Los consejos que le dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuera a gobernar la ínsula Barataria (aunque todo el episodio sea una burla perpetrada por un duque y una duquesa) contienen todo un programa de virtudes humanas, de vida cristiana y de gobierno. (II, 42) Don Quijote con voz reposada le ofrece “infinitas gracias al cielo” y le agradece por el gobierno de su escudero. Luego empieza a enumerar una serie de consejos. “Primeramente, o hijo, has de temer a Dios, porque en temerle está la sabiduría. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”. También “préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. Le recomienda que al juzgar algo “procure descubrir la verdad” y que aplique la ley por igual a ricos y pobres y que “no cargue con todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso, que la del compasivo”. Finalmente, don Quijote le aconseja que se muestre más “piadoso y clemente” que riguroso con los culpables porque “aunque los atributos de Dios son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”. Teniendo estos y otros consejos de su amo como guía, Sancho gobierna con mucho sentido común, pero también ha sido golpeado y pisoteado por lo que decide abandonar su puesto de gobernador porque ha adquirido el conocimiento de sí mismo.
Al final de la novela nos encontramos con un don Quijote vencido, pero vencedor de sí mismo; ya que se reconoce como Alonso Quijano el Bueno y adquiere el reconocimiento de la muerte como verdad esencial de la vida; su alma ha sido incapaz de hallar la plena realización de la justicia y de la felicidad en esta vida, debido a las imperfecciones del mundo y a sus propias flaquezas, no pudo obtener la plenitud en el universo temporal pero lo logra por medio del aprendizaje de la muerte como puerta hacia un horizonte trascendente. Quien antes había sido don Quijote de la Mancha y ahora sabe que es Alonso Quijano, agradece a Dios por esta profunda trasformación al exclamar: “–¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.” (II, 74; 1100)
Entonces, toda la novela ha sido un humilde pero profundo y optimista camino de aprendizaje y redención. El acto misericordioso del Buen Samaritano Cervantes que rescata paulatinamente al viejo loco entreverado, “descubriendo en él, más allá de su locura, la dignidad humana de un ser básicamente bueno que en realidad no sabe muy bien dónde se ha metido”. (Cesáreo Bandera)* Hasta la ironía benévola y traviesa cervantina, su genial sentido del humor, contribuye de forma magistral a este acto de salvación, convirtiéndose así en la expresión más elocuente de compasión, solidaridad y empatía.
Por consiguiente, al crear una novela de la misericordia, Cervantes ejercita lo que Jacques Maritain llama, de manera apropiada: el “apostolado de la pluma” y el obispo Robert Barron identifica como aquella estrategia evangélica que es capaz de mover al lector de la belleza a la bondad y finalmente, a la verdad.
*Bandera, Cesáreo. “Monda y desnuda”: La humilde historia de don Quijote: Reflexiones sobre el origen de la novela moderna. Madrid: Iberoamericana, 2005.